Viaje apostólico del Santo Padre Benedicto XVI a Camerún y Angola (17-23 de marzo de 2009). Celebración eucarística con ocasión de la publicación del Instrumentum Laboris.
Homilía del Santo Padre Benedicto XVI
Jueves 19 de marzo de 2009, Estadio Amadou Ahidjo de Yaundé
Queridos Hermanos en el Episcopado,
Queridos hermanos y hermanas:
Alabado sea Jesucristo que nos reúne hoy en este estadio, para que ahondemos más profundamente en su vida.
Jesucristo nos reúne en el día en que la Iglesia, aquí en Camerún, como en toda la tierra, celebra la fiesta de San José, esposo de la Virgen María. Empiezo deseando feliz fiesta a todos los que, como yo, han recibido la gracia de llevar este hermoso nombre, y pido a san José que les conceda una protección especial, guiándoles todos los días de su vida hacia Jesucristo Nuestro Señor. Saludo también a las parroquias, escuelas y colegios, a las instituciones que llevan el nombre de san José. Agradezco a Mons. Tonyé Bakot, Arzobispo de Yaundé, por sus amables palabras y dirijo un cordial saludo a los representantes de las Conferencias Episcopales de África, venidos a Yaundé con ocasión de la publicación del Instrumentum laboris de la Segunda Asamblea Especial para África del Sínodo de Obispos.
¿Cómo podemos adentrarnos en la gracia específica de este día? Dentro de poco, al final de la misa, la liturgia nos mostrará el punto culminante de nuestra meditación, cuando diremos: «Señor, protege sin cesar a esta familia tuya, que ha celebrado con gozo la festividad de san José participando en la eucaristía; y conserva en ella los dones que con tanta bondad le concedes». Como veis, pedimos al Señor que proteja sin cesar a la Iglesia –y lo hace– exactamente como José protegió a su familia y veló durante los primeros años sobre el Niño Jesús.
Nos lo acaba de recordar el Evangelio. El Ángel le había dicho: «No tengas reparo en llevarte a María, tu mujer» (Mateo 1,20); y es exactamente lo que hizo: «hizo lo que le había mandado el Ángel del Señor» (Mateo 1,24). ¿Por qué motivo señala San Mateo la fidelidad a las palabras recibidas del mensajero de Dios, sino es para invitarnos a imitar esa fidelidad llena de amor?
La primera lectura que acabamos de escuchar no habla explícitamente de san José, pero nos enseña muchas cosas de él. El profeta Natán se acerca a David, por orden del Señor mismo, para decirle: «Estableceré después de ti a un descendiente tuyo» (2 Samuel 7,12). David tiene que aceptar morir sin ver la realización de la promesa que se cumplirá «cuando haya llegado al término de su vida» y descanse «con sus padres». Así, vemos cómo uno de los deseos más queridos del hombre, el de ser testigo de la fecundidad de su actuación, no siempre es escuchado por Dios. Pienso en aquellos de vosotros que son padres y madres de familia: tienen muy legítimamente el deseo de dar lo mejor de sí mismos a sus hijos y quieren verles triunfar verdaderamente. Sin embargo, no hay que equivocarse en ese triunfo: lo que Dios pide a David, es que confíe en Él. David no verá a su sucesor, «cuyo trono durará por siempre» (2 Samuel 7,16), porque este sucesor anunciado veladamente en la profecía es Jesús. David confía en Dios. Igualmente, José confía en Dios cuando escucha al mensajero, al Ángel, que le dice: «José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo» (Mateo 1,20). En la historia, José es el hombre que ha dado a Dios la mayor prueba de confianza, incluso ante un anuncio tan sorprendente.
Y vosotros, queridos padres y queridas madres de familia que me escucháis, ¿confiáis en que Dios os hace padres y madres de sus hijos de adopción? ¿Aceptáis que Él cuente con vosotros para transmitir a vuestros hijos los valores humanos y espirituales que habéis recibido y que les harán vivir en el amor y el respeto de su santo nombre? Hoy, cuando tantas personas sin escrúpulos tratan de imponer el reino del dinero, despreciando a los más necesitados, debéis estar muy atentos. África en general, y Camerún en particular, corren peligro si no reconocen al verdadero Autor de la Vida. Hermanos y hermanas de Camerún y de África, que habéis recibido de Dios tantas cualidades humanas, tened cuidado de vuestras almas. No os dejéis fascinar por falsas glorias y falsos ideales. Creed, sí, seguid creyendo que Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, es el único que os ama como esperáis, que es el único que puede llenaros, que puede dar la estabilidad a vuestras vidas. Cristo es el único camino de Vida.
Sólo Dios podía dar a José la fuerza para confiar en el Ángel. Sólo Dios os dará, queridos hermanos y hermanas que estáis casados, la fuerza para educar a vuestra familia como Él quiere. Pedídselo. A Dios le gusta que se le pida lo que quiere dar. Pedidle la gracia de un amor verdadero y cada vez más fiel, a imagen de su propio amor. Como dice maravillosamente el salmo: «Tu misericordia es un edificio eterno, más que el cielo has afianzado tu fidelidad» (Salmo 88,3).
Igual que en otros continentes, la familia pasa efectivamente, en vuestro país y en el resto de África, un período difícil, que superará gracias a su fidelidad a Dios. Algunos valores de la vida tradicional se han trastocado. Las relaciones entre generaciones han evolucionado de tal manera que ya no favorecen como antes la transmisión de los conocimientos antiguos y de la sabiduría heredada de los antepasados. Con demasiada frecuencia, se asiste a un éxodo rural comparable al de otros muchos períodos humanos. La calidad de los vínculos familiares queda profundamente afectada. Desarraigados y frágiles, y frecuentemente, por desgracia, sin un verdadero trabajo, los miembros de las jóvenes generaciones buscan remedios a su malvivir refugiándose en paraísos efímeros y artificiales importados, que sabemos no consiguen nunca asegurar al hombre una felicidad profunda y duradera. A veces, también el hombre africano se ve obligado a huir de sí mismo y a abandonar todo lo que era su riqueza interior. Enfrentado al fenómeno de una urbanización galopante, deja su tierra, física y moralmente, no como Abrahán para responder a la llamada del Señor, sino por una especie de exilio interior que le aparta de su mismo ser, de sus hermanos y hermanas de sangre y de Dios mismo.
¿Se trata de un fatalismo, de una evolución inevitable? Ciertamente no. Más que nunca hemos de «esperar contra toda esperanza» (Romanos 4,18). Quiero felicitar aquí con admiración y agradecimiento el importante trabajo llevado a cabo por innumerables asociaciones que alientan la vida de fe y la práctica de la caridad. Merecen un cordial agradecimiento. Que encuentren en la Palabra de Dios nueva fuerza para llevar a cabo sus proyectos al servicio de un desarrollo integral de la persona humana en África, y sobre todo en Camerún.
La principal prioridad será volver a dar sentido a la acogida de la vida como don de Dios. Para la Sagrada Escritura, así como para la mejor sabiduría de vuestro continente, la llegada de un niño es una gracia, una bendición de Dios. La humanidad está hoy invitada a modificar su mirada: en efecto, todo ser humano, por pequeño y pobre que sea, es creado «a imagen y semejanza de Dios» (Génesis 1,27). Tiene que vivir. La muerte no ha de prevalecer sobre la vida. Nunca la muerte tendrá la última palabra.
Hijas e hijos de África, no tengáis miedo de creer, de esperar y de amar, no tengáis miedo de decir a Jesús que es el Camino, la Verdad y la Vida, y que sólo por Él podemos ser salvados. San Pablo es el autor inspirado que el Espíritu Santo ha dado a la Iglesia para ser el «maestro de todas las naciones» (1 Timoteo 2,7), cuando nos dice que Abrahán «esperando contra toda esperanza creyó que sería padre de muchos pueblos, según le había sido prometido: Así será tu descendencia» (Romanos 4,18).
«Esperando contra toda esperanza» ¿no es una magnífica definición del cristiano? África está llamada a la esperanza a través de vosotros y en vosotros. Con Jesucristo, que ha pisado la tierra africana, África puede llegar a ser el continente de la esperanza. Todos nosotros somos miembros de los pueblos que Dios ha dado como descendencia a Abrahán. Cada una y cada uno de nosotros ha sido pensado, querido y amado por Dios. Todos y cada uno de nosotros tiene su papel en el plan de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Si os asalta el desánimo, pensad en la fe de José; si os invade la inquietud, pensad en la esperanza de José, descendiente de Abrahán, que esperaba contra toda esperanza; si la desgana o el odio os embarga, pensad en el amor de José, que fue el primer hombre que descubrió el rostro humano de Dios en la persona del Niño, concebido por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María. Bendigamos a Cristo por haberse hecho tan cercano a nosotros y démosle gracias por habernos dado a José como ejemplo y modelo de amor a Él.
Queridos hermanos y hermanas, de nuevo os digo de corazón: como José, no tengáis reparo en llevaros a María con vosotros, es decir no tengáis reparo en amar a la Iglesia. María, madre de la Iglesia, os enseñará a seguir a sus pastores, a amar a vuestros obispos, a vuestros sacerdotes, a vuestros diáconos y vuestros catequistas, a cumplir lo que os enseñan y a rezar por sus intenciones. Los que estáis casados, mirad el amor de José a María y a Jesús; los que os preparáis al matrimonio, respetad a vuestro futuro cónyuge como hizo José; los que os habéis consagrado a Dios en el celibato, pensad en la enseñanza de la Iglesia nuestra Madre: «La virginidad y el celibato por el Reino de Dios no sólo no contradicen la dignidad del matrimonio, sino que la presuponen y la confirman. El matrimonio y la virginidad son dos modos de expresar y vivir el único misterio de la Alianza de Dios con su pueblo» (Redemptoris custos, 20).
Quisiera dirigir una exhortación particular a los padres de familia, puesto que san José es su modelo. San José revela el misterio de la paternidad de Dios sobre Cristo y sobre cada uno de nosotros. Él puede enseñarles el secreto de su propia paternidad, él, que custodió al Hijo del Hombre. También cada padre recibe de Dios a sus hijos, creados a imagen y a semejanza de Él. San José fue el esposo de María. A cada padre de familia se le confía igualmente, mediante su propia esposa, el misterio de la mujer. Como San José, queridos padres de familia, respetad y amad a vuestra esposa, y guiad a vuestros hijos hacia Dios, hacia donde deben ir (cf. Lucas 2,49), con amor y con vuestra presencia responsable.
Finalmente, a todos los jóvenes que estáis aquí, os dirijo palabras de amistad y de ánimo: ante las dificultades de la vida, sed valientes. Vuestra vida tiene un valor infinito a los ojos de Dios. Dejaos cautivar por Cristo, entregadle gustosamente vuestro amor y, ¿por qué no?, ofrecedle vuestra propia vida en el sacerdocio o la vida consagrada. Es el servicio más grande. A los hijos huérfanos de padre o que viven abandonados en la miseria de la calle, a los que han sido separados violentamente de sus padres, maltratados y sometidos a abusos, y reclutados por la fuerza en ciertos grupos militares que asolan algunos países, quisiera decirles: Dios os ama, no os olvida y san José os protege. Invocadle con confianza.
Que Dios os bendiga y os guarde a todos. Que os conceda la gracia de ir hacia Él con fidelidad. Que dé a vuestras vidas la estabilidad, para alcanzar el fruto que Él espera de vosotros. Que os haga testigos de su amor, aquí, en Camerún, y hasta los confines de la tierra. Le pido fervientemente que os haga gustar la alegría de pertenecerle, ahora y por los siglos de los siglos. Amén.
Benedicto XVI