El origen del patrocinio de San
José en el pueblo de Cerrillos
Agua, camino y
oratorio dieron origen al pueblo y su fiesta patronal.
Como
sabemos, los jesuitas fueron expulsados de América por el rey Carlos III, en
1767. A partir de entones, todos los bienes de la orden pasaron a la corona
española, que de apoco comenzó a enajenarlos con el argumento de que lo
recaudado sería destinado a pagar las pensiones de los expulsos, en la isla de
Córcega (República de Génova) primero y en los Estado Pontificios después.
Aquí
en Salta, los jesuitas tuvieron numerosos bienes inmuebles, tanto en la ciudad
como en el interior de la provincia. Uno de esos bienes fue la Hacienda de los
Cerrillos que se extendía hasta Osma, (actual departamento de La Viña), y que
de a poco, comenzó a ser fraccionada y vendida. Y así fue que el casco de la
Hacienda de los Cerrillos (hoy INTA) más una gran cantidad de tierras aledañas,
fueron vendidas a la familia Tejadas, española. Otra fracción, lindante al sur
con los Tejadas, fue la de los Hidalgo de Montemayor, que a poco la vendieron a
don José Iradis. Un linde de estas dos propiedades fue el gran horcón de
quebracho, cuyo nombre pasó a la posteridad como “Palo Marcado”. Estas tierras de Iradis estaban al poniente de los “cerrillos”, serranías que dieron nombre
a la hacienda primero y al pueblo que después nació y creció, espontáneamente
en la confluencia del camino real (RN 68) y un acueducto que aún cruza el
pueblo y que baja del río Toro. La traza y la construcción de ese canal fue
obra de los jesuitas y de los pulares, los indios del lugar. Por su parte, las
aguas fueron hasta fines del siglo XIX, de beber y regar.
Y
así fue que en esta confluencia de agua y camino, don José Iradis levantó la
sala de su hacienda. Una casona de tres patios que se conservó hasta los años
70 del siglo XX, cuando lamentablemente fue demolida por sus últimos
propietarios (Lérida).
El viento blanco
El
hecho es que don José Iradis, al igual que otros hacendados del Valle de Lerma,
dedicó sus tierras para engorde de hacienda proveniente del sur y que luego se
trasladaba hasta las minas del Alto Perú, especialmente para el Cerro Rico del
Potosí, veta descubierta a mediados del siglo XVI.
Y
tal como acostumbraban estos hacendados, un día don José Iradis marchó hacia el
Alto Perú acompañando un arreo propio. Salió para el alto, por la Quebrada del
Perú, hoy conocida como Quebrada del Toro. Ya en la Puna y, luego de varios
días de marcha, tropa y hombres, se toparon de repente con el temido viento
blanco.
Los
arrieros, duchos ante esta inclemencia, poco pudieron hacer ante la sorpresiva
violencia desatada por el temporal de nieve, viento y arena. Algunos de los
hombres atinaron a refugiarse entre las peñas, mientras que otros trataron de
guarecerse en pequeñas cuevas. Pero aún así, muchos hombres y bestias
perecieron en el lugar.
Según
la tradición oral, en esa emergencia, don José se refugió en una de las cuevas
a la espera que amaine la feroz tormenta blanca. Pero como con el paso de la
horas la violencia no cesaba, sino por el contrario empeoraba, Iradis, como
última instancia, echó mano a su fe y se encomendó a San José (su santo de pila)
pidiéndole su patrocinio para que interceda ante el Creador y así salvar su
pellejo y la de sus arrieros. Y más aún, fue en esas circunstancias que el
angustiado hombre -según él contó años después- le prometió a San José que en
caso de que se le concediese la gracia de regresar sano y salvo a su hacienda
de Cerrillos, lo primero que haría sería construir un oratorio en su honor.
Y
así fue que, luego de estas angustiosas circunstancias, el temporal comenzó a
amainar hasta que finalmente y luego de varias horas, el firmamento se despejó
y los hombres pudieron salir de sus refugios y regresar a Cerrillos.
Promesa cumplida
Poco
tiempo después, José Iradis cumplió su promesa e hizo construir, dentro de su
propiedad, el primer templete en honor a San José, aproximadamente a fines del
siglo XVIII, incluyendo el primer campo santo del pueblo, ubicado tras del
oratorio.
Esta
transmisión oral se confirmó años después, cuando luego de fallecido don José
Iradis, su esposa, doña Isabel Díaz de Zambrano, vendió esas tierras a don
Antonio de Agueda en el año 1800, pero reservándose las fracciones del templete
y de otras construcciones, que luego donó al curato de Rosario de los Cerrillos
(Rosario de Lerma) para de esta forma efectivizar la voluntad testamentaria de su
esposo que legó a favor de San José.
Con
el tiempo, el templete erigido por Iradis a fines del siglo XVIII, pasó a ser
sede de la viceparroquia, y luego de la parroquia. Hasta la actualidad, en ese
mismo lugar, se erigieron tres templos a San José.
Relatos de Salta
Luis Borelli
24 de marzo 2019
Tomado
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