El silencio de San José tiene sus
raíces en la confianza
Existe
una bella definición de san Agustín sobre la catequesis: "relatar el cuidado que Dios tiene de nosotros". Este
cuidado –nos sugiere también san Agustín– lo podemos pensar como lo que debemos
hacer por lo que en realidad podemos, y orar por lo que no podemos, y Dios nos
concederá la capacidad de realizar los sueños que tenemos en el corazón.
Nuestro
tiempo es frenético, lleno de compromisos y de urgencias, quedándonos poco
espacio para la oración. Es cierto que el deseo de orar es ya oración, pero el
alma necesita sentirse ya habitada y sostenida por pensamientos que tengan
sabor de eternidad.
Me
imagino las jornadas de San José en la casa de Nazaret: una aurora cargada de
luz y un atardecer iluminado con colores envueltos por un silencio roto por el
trinar de los pájaros y el silbido del viento. También el ruido del martillo o
del hacha sobre la madera daban al silencio un alma y la oración surgía
espontánea: una mirada al cielo y un gracias de corazón a Dios..., y todo
continuaba.
Escribe
un alma apasionada que busca el rostro iluminado de Dios: "Qué hermoso sería, Señor, si en este tiempo lográramos alcanzar
el silencio. Pero el silencio está más allá de la palabra y lo alcanzamos sólo después
de haber experimentado y agotado todas las posibilidades de la palabra. No es
éste el momento. En estos días grises nuestras posibilidades son más modestas:
reconocernos pobres; y que la riqueza eres Tú, y sólo tú la das. Y también
cuando estamos felices y eufóricos, y nos parece que podemos mover el mundo empujándolo
con la espalda, siempre eres Tú quien actúas, dando fuerza a nuestras espaldas.
¡Y entonces surge, Señor, la oración de nuestra humildad!"
Es
proverbial el silencio de San José. La Virgen habla tres veces: un "sí" que revoluciona la
historia, un cántico que narra el cuidado amoroso de Dios por los pobres y, en
Cana de Galilea, una petición en favor de los jóvenes esposos para transformar
el agua en vino. La Virgen ha trazado el triángulo perfecto de la relación con
Dios: la disponibilidad para hacer su voluntad, el reconocimiento y gratitud
por los dones recibidos y el grito de invocación en los momentos difíciles.
En
los Evangelios, se habla sólo de la obediencia de san José a los deseos de
Dios. Pero el silencio de san José es el "centinela
fiel" de numerosos "sí",
que el pueblo de Dios ha pronunciado a lo largo de los siglos: del "sí" de Abraham, al "sí" de su Esposa María, de la
que nació Jesús, el Mesías esperado.
En
cinco ocasiones, San José fue invitado por el Ángel a actuar. La obediencia de
José, "el varón justo", era
el eco de siglos de los diversos "sí"
pronunciados por hombres y mujeres, llamados a colaborar en la historia de la
salvación.
José
nunca se exaltó; su silencio resuena como eco en el cántico del 'Magníficat'. Él se unió a su Esposa y
dijo: "Nosotros somos la nada, que
tú has adornado de todo". Entonces también nosotros, por la
intercesión del 'papá' terreno de
Jesús, decimos: "Concédenos, Señor,
comprender plenamente nuestra total dependencia y amarla. Porque reconocer que
nos das todo, significa reconocer que tu amor nunca se agota.
Concédenos, Señor, la humildad de
reconocernos por lo que somos y por lo que nos has querido y hecho; danos la
gracia de aceptar nuestra pobreza y de recibir tus dones, Quizá también el
desgano, que muchas veces, Señor, nos invade, es un don tuyo: para quitarnos el
orgullo de sentirnos protagonistas y no reconocer tu gracia; tal vez para
quitarnos también el deseo de tus alegrías y enseñarnos la constancia de
servirte en la oscuridad. ¡Danos, Señor, la dulce paciencia de las semillas,
que esperan bajo la tierra y bajo el hielo!".
Angelo Forti,"La Santa Crociata in onore di
San Giuseppe", 4 (2014), 20-21.
Tomado de: El Propagador, octubre de 2014, pp. 6-7.