¡No nos olvidemos de San José!
Día 4
El amor fecundo
1) Inicio
En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
V. Envía Señor tu Espíritu.
R. Y se renovará la faz de la tierra.
Canto a San José
2) Lectura: Lucas 1, 26-38
26 Al sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado
por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, 27 a una virgen comprometida
para casarse con un hombre que se llamaba José, de los descendientes de David;
y el nombre de la virgen era María. 28 Y entrando el ángel, le dijo:
"¡Salve, muy favorecida! El Señor está (sea) contigo; bendita eres tú
entre las mujeres." 29 Ella se turbó mucho por estas palabras, y se
preguntaba qué clase de saludo sería éste. 30 Y el ángel le dijo: "No
temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios. 31 Concebirás en tu
seno y darás a luz un Hijo, y Le pondrás por nombre Jesús (el Señor salva). 32
Este será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios Le dará el
trono de Su padre David; 33 y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y Su
reino no tendrá fin." 34 Entonces María dijo al ángel: "¿Cómo será
esto, puesto que soy virgen?" 35El ángel le respondió: "El Espíritu
Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por
eso el Niño que nacerá será llamado Hijo de Dios. 36 Tu parienta Elisabet en su
vejez también ha concebido un hijo; y éste es el sexto mes para ella, la que
llamaban estéril. 37 Porque ninguna cosa será imposible para Dios." 38
Entonces María dijo: "Aquí tienes a la sierva del Señor; hágase conmigo
conforme a tu palabra." Y el ángel se fue de su presencia.
3)
Meditación
Lo natural es que el amor de la pareja
dentro del matrimonio se transforme en vida nueva en la procreación de los
hijos. Pocas veces reparamos en el hecho de que el evangelista san Lucas narra
cómo el ángel del Señor fue enviado a la Virgen María por ser ella la desposada
con José, el descendiente de David. Dios no eligió a una mujer para ser madre
soltera, eligió a una pareja para que fueran padres y educadores de Jesús, su
hjio. Respecto al amor que engendra vida nueva, el Papa Francisco afirma en
Amoris Laetitia:
La familia es el ámbito no sólo de la
generación sino de la acogida de la vida que llega como regalo de Dios. Cada
nueva vida «nos permite descubrir la dimensión más gratuita del amor, que jamás
deja de sorprendernos. Es la belleza de ser amados antes: los hijos son amados
antes de que lleguen». Esto nos refleja el primado del amor de Dios que siempre
toma la iniciativa, porque los hijos «son amados antes de haber hecho algo para
merecerlo». Sin embargo, «numerosos niños desde el inicio son rechazados,
abandonados, les roban su infancia y su futuro. Alguno se atreve a decir, casi
para justificarse, que fue un error hacer que vinieran al mundo. ¡Esto es
vergonzoso! [...] ¿Qué hacemos con las solemnes declaraciones de los derechos
humanos o de los derechos del niño, si luego castigamos a los niños por los
errores de los adultos?». Si un niño llega al mundo en circunstancias no
deseadas, los padres, u otros miembros de la familia, deben hacer todo lo
posible por aceptarlo como don de Dios y por asumir la responsabilidad de
acogerlo con apertura y cariño. Porque «cuando se trata de los niños que vienen
al mundo, ningún sacrificio de los adultos será considerado demasiado costoso o
demasiado grande, con tal de evitar que un niño piense que es un error, que no
vale nada y que ha sido abandonado a las heridas de la vida y a la prepotencia
de los hombres». El don de un nuevo hijo, que el Señor confía a papá y mamá,
comienza con la acogida, prosigue con la custodia a lo largo de la vida terrena
y tiene como destino final el gozo de la vida eterna. Una mirada serena hacia
el cumplimiento último de la persona humana, hará a los padres todavía más
conscientes del precioso don que les ha sido confiado. En efecto, a ellos les
ha concedido Dios elegir el nombre con el que él llamará cada uno de sus hijos
por toda la eternidad.
Las familias numerosas son una alegría para
la Iglesia. En ellas, el amor expresa su fecundidad generosa. Esto no implica
olvidar una sana advertencia de san Juan Pablo II, cuando explicaba que la
paternidad responsable no es «procreación ilimitada o falta de conciencia de lo
que implica educar a los hijos, sino más bien la facultad que los esposos
tienen de usar su libertad inviolable de modo sabio y responsable, teniendo en
cuenta tanto las realidades sociales y demográficas, como su propia situación y
sus deseos legítimos».
«Los niños, apenas nacidos, comienzan a
recibir como don, junto a la comida y los cuidados, la confirmación de las
cualidades espirituales del amor. Los actos de amor pasan a través del don del
nombre personal, el lenguaje compartido, las intenciones de las miradas, las
iluminaciones de las sonrisas. Aprenden así que la belleza del vínculo entre
los seres humanos apunta a nuestra alma, busca nuestra libertad, acepta la
diversidad del otro, lo reconoce y lo respeta como interlocutor [...] y esto es
amor, que trae una chispa del amor de Dios». Todo niño tiene derecho a recibir
el amor de una madre y de un padre, ambos necesarios para su maduración íntegra
y armoniosa. Como dijeron los Obispos de Australia, ambos «contribuyen, cada
uno de una manera distinta, a la crianza de un niño. Respetar la dignidad de un
niño significa afirmar su necesidad y derecho natural a una madre y a un
padre»[188]. No se trata sólo del amor del padre y de la madre por separado,
sino también del amor entre ellos, percibido como fuente de la propia
existencia, como nido que acoge y como fundamento de la familia. De otro modo,
el hijo parece reducirse a una posesión caprichosa. Ambos, varón y mujer, padre
y madre, son «cooperadores del amor de Dios Creador y en cierta manera sus
intérpretes». Muestran a sus hijos el rostro materno y el rostro paterno del
Señor. Además, ellos juntos enseñan el valor de la reciprocidad, del encuentro
entre diferentes, donde cada uno aporta su propia identidad y sabe también
recibir del otro. Si por alguna razón inevitable falta uno de los dos, es
importante buscar algún modo de compensarlo, para favorecer la adecuada
maduración del hijo.
4)
Oración
Concédenos, Señor,
que sepamos agradecer
el don de formar un matrimonio,
poner sosiego en
nuestros ritmos,
llenar de ternura
nuestros hogares,
embargar con tu paz
nuestras luchas,
ilusionar con novedad
nuestras rutinas,
dinamizar nuestros
cansancios,
acurrucar nuestras
tristezas,
fortalecer nuestros
miedos,
abrirnos caminos
nuevos,
enseñarnos a querer
mejor,
potenciarnos con
fraternidad,
sugerirnos la
creación de tu reino,
entusiasmarnos con
revitalizar la Iglesia,
inventar la
comunicación en la familia,
reenamorar a las
parejas aburridas,
hacernos servidores
unos de otros,
convertirnos en
sorpresa,
ayudarnos a ser luz y
sal alrededor,
convertirnos en ti,
donde estemos.
Amén
Tomado
de: El Propagador de la devoción al señor
San José, Año 146, n. 3, Marzo 2017, pp. 11-13.
Ilustración:
Ricardo González Copado
Título:
María y José reciben al Salvador
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