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Que en cada familia seamos uno...
Ante todo nosotros, los esposos, que seamos uno.
No dos que traten, cada uno por su lado, de imponer sus puntos de vista, sus gustos, su autoridad...
No dos, que siempre anden buscando la forma de lastimarse, de humillar al otro, de echarse en cara sus defectos...
No dos, preocupados cada uno de sí mismo y de sus comodidades...
No dos, que echen al otro la culpa de todo y sean incapaces de decirse “lo siento”, “perdóname”...
Sino uno, en el que cada cónyuge sea la mitad de la vida del otro, la mitad de sus alegrías, la mitad de sus tristezas...
Que seamos uno, ante todo nosotros los esposos, para que también sea una nuestra familia...
A imagen de aquella Sagrada Familia a la que celebramos este último domingo del año.
No dos que traten, cada uno por su lado, de imponer sus puntos de vista, sus gustos, su autoridad...
No dos, que siempre anden buscando la forma de lastimarse, de humillar al otro, de echarse en cara sus defectos...
No dos, preocupados cada uno de sí mismo y de sus comodidades...
No dos, que echen al otro la culpa de todo y sean incapaces de decirse “lo siento”, “perdóname”...
Sino uno, en el que cada cónyuge sea la mitad de la vida del otro, la mitad de sus alegrías, la mitad de sus tristezas...
Que seamos uno, ante todo nosotros los esposos, para que también sea una nuestra familia...
A imagen de aquella Sagrada Familia a la que celebramos este último domingo del año.
Reflexión tomada de:
Contraportada del Misal Mensual de Letra Grande de Buena Prensa. Año 6, n. 68.
Imagen tomada de (detalle):
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