Padres obedientes, hijos obedientes
¿Ha pensado usted el tamaño de la responsabilidad que tuvieron María y José en su tarea de educar a Jesús?
¿Ha pensado usted el tamaño de la responsabilidad que tuvieron María y José en su tarea de educar a Jesús? ¿Cuántas veces tuvieron que tomar decisiones extraordinariamente difíciles respecto a la formación de Jesús como niño, como adolescente, como joven? Después de todo, se trataba del Hijo de Dios, del ser más extraordinario que pudiera haber vivido en la tierra?
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Una de las razones de que María y José hayan podido entregar buenas cuentas como los padres terrenales de Jesús, la podemos encontrar en la lectura del evangelio del día de hoy, donde San Lucas nos relata en el capítulo 2, la presentación de Jesús en el templo de Jerusalén.
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Nos cuenta el evangelista que “Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor”. Lo primero que nos llama la atención, es que tal acto era parte de sus compromisos religiosos, los cuales lamentablemente ya habían perdido mucho de su esencia; para ese tiempo había mucho de negocio en el templo y poco de espiritualidad.
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Dado lo anterior, sería muy justificable que José y María no cumplieran con tales requisitos, los cuales además de ser una carga económica para ellos, habían perdido su verdadero sentido ante los ojos de los hombres; incluso es casi paradójico pensar que el Hijo de Dios tuviera que ser “presentado” ante su Padre celestial, como si se tratara de un ser ajeno o desconocido.
Lejos de justificarse, o ser negligentes, José y María se aseguraron de cumplir con todo lo que prescribía la ley del Señor, y sólo después de hacerlo se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. Esto hace muy entendible la razón de que el versículo termine con las siguientes palabras: “El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba”.
¿Cómo era posible que Jesús creciera lleno de sabiduría? ¿Cuál era la clave de que la gracia de Dios lo acompañara? ¿Quién le enseñó a amar a Dios y a obedecer sus mandamientos? La respuesta está en sus padres. ¿Cómo fue posible que Él les obedeciera? Porque ellos obedecían a Dios en todo.
Dice un pensamiento que “Padres obedientes engendran hijos obedientes”, y aunque tal pensamiento no se encuentra en la Biblia, tiene mucho de verdad, ya que la obediencia de los padres a sus propias autoridades es la mejor manera de inculcar en los hijos la obediencia a ellos. Cuando un hijo ve a su padre respetar un semáforo en rojo, o lo observa obedeciendo a su jefe en el trabajo, es la mejor lección objetiva de que obedecer es bueno, y trae buenos resultados. Además Dios bendice a los obedientes, permitiendo que los que se encuentran bajo su autoridad a su vez se sometan a ellos.
Hay suficiente evidencia en las Escrituras para asegurar que María y José obedecieron a sus autoridades religiosas (cumplieron lo que ordenaba la ley), a sus autoridades civiles (fueron a empadronarse a Belén por causa de un edicto del emperador romano), y a sus autoridades familiares (permitieron que sus padres aprobaran su desposorio. Con tales credenciales es fácil entender la razón de que tales padres hayan educado a tal Hijo.
Angel Flores Rivero
iglefamiliar@hotmail.com
Tomado de:
http://www.informador.com.mx/suplementos/2009/66923/6/padres-obedientes-hijos-obedientes.htm
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