14 01 2009. La paternidad de José y la maternidad de María.
Antes de escuchar la última conferencia de Timadeuc, yo no tenía mucha “devoción” a San José. Ahora me doy cuenta de su importancia como modelo de la verdadera paternidad, la del don más perfecto posible de sí mismo. José es el que como esposo de María se entregó primero totalmente al “cuidado” de Jesucristo en la fragilidad de su pequeña infancia y de toda su existencia terrestre, y se puede decir, está igualmente dedicado a Jesucristo entre los hombres hasta el fin de los siglos.
Uno se atreve pues a decir con Zundel que José es el padre de Jesús, y más aún, que él es el modelo de todos los padres sobre la tierra, ya que es “más padre que todos los padres”. Se trata de la paternidad según el modelo infinitamente misterioso pero lleno de sentido, de la paternidad del Padre celestial, Padre por excelencia de Jesucristo, y en un sentido único, Padre de Jesucristo, Padre en la santa Trinidad del Hijo bien amado en el cual pone eternamente toda su complacencia, Padre que es sólo su relación de desapropiación total con el Hijo amado: ¡Él no es sino Padre!
La paternidad según la carne, la paternidad biológica, no es sino un derivado de la paternidad del Padre, única paternidad absolutamente auténtica de la cual debe “aprender” toda otra paternidad.
Sucede pues aquí algo de lo que sucede con la maternidad de María, derivada también de la paternidad – tanto como maternidad, como le gustaba decir a Zundel - del Padre de Jesucristo.
No nos atrevemos a decir, no podemos, que José es el padre de Dios, pero de María la Iglesia nos enseña a decir que ella es la madre de Dios. Su maternidad de Jesucristo, no según la carne ya que es el Espíritu de Dios el que la hace fecunda, su maternidad de Dios, y de todos los hombres, es una maternidad según el Espíritu, una maternidad eminentemente Espiritual, y por eso mucho más real, tanto de Dios como de todos los hombres. La paternidad de José es evidentemente también eminentemente Espiritual.
Lo que es necesario desarrollar aquí, y que es también importante, es que José es el esposo de María y María la esposa de José, también respecto de la realidad más profunda, más esencial, de la unión nupcial, respecto de la realidad de la unión nupcial con el Señor, a la cual está llamado todo hombre en la Iglesia: finalmente no hay otro camino para salvarse y vivir la vida eterna, ya que la vida eterna es siempre orientación hacia la unión nupcial y su realización, eternamente en camino de realización, al mismo tiempo que ya realizada, unión nupcial no sólo con el Señor y la Trinidad Santa, sino, siempre en la Trinidad, unión nupcial con la humanidad entera y con cada uno de sus miembros.
En su unión con María, José es el modelo de esa unión que se concretiza y se realiza, se verifica, en y por el don entero de él mismo. Y justamente la escena en que José piensa en repudiar a María y luego recibe su anunciación, la manera misma como vive esas “cosas” es la manifestación misma del don perfecto de sí mismo.
Ellos son tan perfectamente esposos que finalmente es imposible rezar a María sin rezarle al mismo tiempo a José, tan unidos están, por la unión misma que eternamente hace uno al Padre, al Hijo y al Espíritu.
Y no solamente José nos ofrece el modelo de toda paternidad auténtica, sino también el de la más auténtica unión en el matrimonio, en el cual la unión de los cuerpos no es sino un derivado, necesario para el desarrollo de la especie. El celibato consagrado toma aquí todo su sentido porque hace vivir desde aquí abajo la paternidad y la maternidad auténticas. Ya no es renuncia a tener hijos, puesto que hace que sean consagrados los padres y madres de todos los hijos del mundo.
¡Y no quita nada a la paternidad de José o a la maternidad de María el hecho de decir que todo hombre está llamado a la misma maternidad y a la misma paternidad! En el paraíso, las perspectivas son tan diferentes. Hay que comenzar a hacerlas nuestras. ¿Sería José el sacramento de la paternidad divina?
¡Sé feliz, María! ¡Sé feliz, José, padre de Jesús y de los hombres! ¡El Señor es contigo, María! ¡El Señor es contigo, José! ¡Benditos sois entre todos, y Jesús, vuestro hijo es el Bendito!
Santa María, madre de Dios, san José, padre de Jesús, ¡enseñadnos desde ahora la verdadera paternidad y la verdadera maternidad de nuestro Dios que vamos a vivir eternamente en el paraíso! Rogad por nosotros, pecadores, ahora y por los siglos de los siglos. Amén.
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