¡Hogar, dulce hogar!
Escribe Georges Chevrot que “existe cierto número de pequeñas virtudes que no causan ruidosa admiración; más cuando están ausentes, las relaciones familiares se hacen tirantes y difíciles” (Las pequeñas virtudes del hogar. Herder 6° edic., Madrid 1999, contraportada). Algo parecido sucede con la quietud. Aunque más que virtud podemos definirla como ambiente o contexto donde otras virtudes se fraguan y predisponen el compartir y el relacionarse con armonía y paz.
El Papa Pablo VI, en su peregrinación por tierra santa, más concretamente por su visita a Nazaret el 5 de Enero del año 1964 –hoy hace 45 años- hacia la siguiente confesión: “Estamos aquí como peregrinos más no partiremos sin recoger rápida, casi furtivamente, algunas enseñanzas de la lección de Nazaret.
Su primera lección es el silencio. ¡Cómo desearíamos que se renovara y fortaleciera en nosotros el amor al silencio, este admirable e indispensable hábito del espíritu, tan necesario para nosotros, que estamos aturdidos por tanto ruido, tanto tumulto, tantas voces de nuestra ruidosa y en extrema agitada vida moderna.
Silencio de Nazaret, enséñanos el recogimiento y la interioridad, enséñanos a estar siempre dispuestos a escuchar las buenas inspiraciones. Y la doctrina de los verdaderos maestros. Se nos ofrece, además una lección de vida familiar. Que Nazaret nos enseñe el significado de la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, carácter sagrado, e inviolable, lo dulce e irreparable que es su función en el plano social” (Liturgia de las horas. Fiesta de la Sagrada Familia).
Este ambiente donde la quietud reina, nos la dibujan y pintan idílicamente los artistas. Así nos la describe el vate josefino:
Entre sombras, José,
y en olvido,
cual de aves un nido
se encuentra tu hogar.
Donde todo a rogar
nos incita,
pues, esa casita
semeja un altar.
Hoy entramos, José,
en tu morada,
que está perfumada
de aroma sutil;
y salimos
llevando las flores,
que son los amores
que crecen ahí”
(Enrique Galindo Anguiano, m.j.)
Aquí, en la humilde casa de José, vive Jesús en compañía de María, esposa del carpintero. Aquí se respira la “quietud” que se traduce en una ambiente de familia, por la comprensión, respeto y aprecio mutuo. Todas estas virtudes tan necesarias para que la persona humana pueda crecer en un ambiente de libertad. Aquí se siente la felicidad y el gozo de vivir en comunión. ¿Podemos, por un momento siquiera dudar que en este lugar esta Dios?
La “quietud” que aquí palpita es la del amor que se esfuerza por complacer al otro; aquí la “quietud” no es pasividad tensa, por el miedo y la desconfianza sino armonía y paz de las personas que ahí comparten. El ambiente lo crean, ciertamente las personas que ahí habitan.
Romano Guardini llama a esta forma de vida la del “ hombre sabio”, refiriéndose a la actitud de la persona que va adquiriendo una peculiar calma y una cierta elevación y superioridad en sentido existencial (Las Etapas de la vida. Palabra, 4° edic, Madrid 2002, pág. 93). San Agustín afirmaba que nuestro corazón adquiriría la “la quietud” la profunda, aquella de nuestra personalidad cuando lograra la plena posesión de Dios. Atrás se quedó la lucha contra nuestros defectos, y finalmente logramos aquietarnos, aceptando incluso lo insoportable de nuestro carácter, como quien por los años llegara a la cima y desde ahí contempla su exigencia con serenidad y reconciliado consigo mismo.
La plena posesión de Dios la tendremos en el cielo. Pero ya desde ahora, poco a poco, nos vamos adentrando en esa “quietud” y serenidad… hasta llegar a tener la capacidad de distinguir entre lo importante y lo que no lo es, entre lo genuino y lo inauténtico, entre el conjunto global de la existencia y la revelancia intrínseca de los distintos elementos que la configuran: todas ellas formas de expresar lo que solemos denominar “sabiduría” (Romano Guardini, O.c., Pág. 95)
Por su madurez humana -¿Qué otra cosa podría significar en José el título de “Patriarca”- y sobre todo, porque en María y Jesús lo tiene todo? San José ya desde Nazaret tiene esa “quietud” o bienaventuranza que tendremos los demás algún día en el cielo. Así lo cantan los artistas:
La muerte es condición
Escribe Georges Chevrot que “existe cierto número de pequeñas virtudes que no causan ruidosa admiración; más cuando están ausentes, las relaciones familiares se hacen tirantes y difíciles” (Las pequeñas virtudes del hogar. Herder 6° edic., Madrid 1999, contraportada). Algo parecido sucede con la quietud. Aunque más que virtud podemos definirla como ambiente o contexto donde otras virtudes se fraguan y predisponen el compartir y el relacionarse con armonía y paz.
El Papa Pablo VI, en su peregrinación por tierra santa, más concretamente por su visita a Nazaret el 5 de Enero del año 1964 –hoy hace 45 años- hacia la siguiente confesión: “Estamos aquí como peregrinos más no partiremos sin recoger rápida, casi furtivamente, algunas enseñanzas de la lección de Nazaret.
Su primera lección es el silencio. ¡Cómo desearíamos que se renovara y fortaleciera en nosotros el amor al silencio, este admirable e indispensable hábito del espíritu, tan necesario para nosotros, que estamos aturdidos por tanto ruido, tanto tumulto, tantas voces de nuestra ruidosa y en extrema agitada vida moderna.
Silencio de Nazaret, enséñanos el recogimiento y la interioridad, enséñanos a estar siempre dispuestos a escuchar las buenas inspiraciones. Y la doctrina de los verdaderos maestros. Se nos ofrece, además una lección de vida familiar. Que Nazaret nos enseñe el significado de la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, carácter sagrado, e inviolable, lo dulce e irreparable que es su función en el plano social” (Liturgia de las horas. Fiesta de la Sagrada Familia).
Este ambiente donde la quietud reina, nos la dibujan y pintan idílicamente los artistas. Así nos la describe el vate josefino:
Entre sombras, José,
y en olvido,
cual de aves un nido
se encuentra tu hogar.
Donde todo a rogar
nos incita,
pues, esa casita
semeja un altar.
Hoy entramos, José,
en tu morada,
que está perfumada
de aroma sutil;
y salimos
llevando las flores,
que son los amores
que crecen ahí”
(Enrique Galindo Anguiano, m.j.)
Aquí, en la humilde casa de José, vive Jesús en compañía de María, esposa del carpintero. Aquí se respira la “quietud” que se traduce en una ambiente de familia, por la comprensión, respeto y aprecio mutuo. Todas estas virtudes tan necesarias para que la persona humana pueda crecer en un ambiente de libertad. Aquí se siente la felicidad y el gozo de vivir en comunión. ¿Podemos, por un momento siquiera dudar que en este lugar esta Dios?
La “quietud” que aquí palpita es la del amor que se esfuerza por complacer al otro; aquí la “quietud” no es pasividad tensa, por el miedo y la desconfianza sino armonía y paz de las personas que ahí comparten. El ambiente lo crean, ciertamente las personas que ahí habitan.
Romano Guardini llama a esta forma de vida la del “ hombre sabio”, refiriéndose a la actitud de la persona que va adquiriendo una peculiar calma y una cierta elevación y superioridad en sentido existencial (Las Etapas de la vida. Palabra, 4° edic, Madrid 2002, pág. 93). San Agustín afirmaba que nuestro corazón adquiriría la “la quietud” la profunda, aquella de nuestra personalidad cuando lograra la plena posesión de Dios. Atrás se quedó la lucha contra nuestros defectos, y finalmente logramos aquietarnos, aceptando incluso lo insoportable de nuestro carácter, como quien por los años llegara a la cima y desde ahí contempla su exigencia con serenidad y reconciliado consigo mismo.
La plena posesión de Dios la tendremos en el cielo. Pero ya desde ahora, poco a poco, nos vamos adentrando en esa “quietud” y serenidad… hasta llegar a tener la capacidad de distinguir entre lo importante y lo que no lo es, entre lo genuino y lo inauténtico, entre el conjunto global de la existencia y la revelancia intrínseca de los distintos elementos que la configuran: todas ellas formas de expresar lo que solemos denominar “sabiduría” (Romano Guardini, O.c., Pág. 95)
Por su madurez humana -¿Qué otra cosa podría significar en José el título de “Patriarca”- y sobre todo, porque en María y Jesús lo tiene todo? San José ya desde Nazaret tiene esa “quietud” o bienaventuranza que tendremos los demás algún día en el cielo. Así lo cantan los artistas:
La muerte es condición
para llegar al cielo
y el vencedor recibe
de la gloria su premio;
tú, en cambio, aquí en la tierra
ya gozas de tu Dios:
beato entre beatos
por singular favor.
(Himno: Celébrente , Oh José. Liturgia de las Horas).
P. Eusebio M. Ramos, m. j.
P. Eusebio M. Ramos, m. j.
Tomado de:
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El Propagador de la Devoción al señor San José, CXXXVIII, n. 2 Febrero 2009, pp. 2-6.
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