domingo, 19 de abril de 2009

Dar a San José el lugar que le asigno el Padre


San José, esposo y padre entrañable

«Que es el mayor santo/ menor que José/pues sirvieron todos/al que mandó él.» Este es el estribillo de un poema hermoso y teológico de José de Valdivieso (1560-1670), originario de Toledo, España. Así nos pone el trovador en la pista para reconocer la importancia y la grandeza del glorioso patriarca San José. Él, juntamente con la Santísima Virgen María, son los receptores y realizadores en su vocación y misión de la promesa mesiánica; desde toda la eternidad predestinados y elegidos para estar vinculados a la obra extraordinaria de la Encarnación y de la Redención del divino Verbo.

María de Nazaret es la Virgen desposada con un varón de la casa de David llamado José; y tanto él como Ella, de modo distinto, recibieron al ángel del Señor quien les anunció el Mensaje de los mensajes: «José, hijo de David , no temas en recibir en tu casa a María, tu mujer, pues lo que se engendró en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús» (Mateo 1, 20-21); y el ángel Gabriel se le apareció a la Santísima Virgen, quien estaba desposada con un varón llamado José, de la familia de David, y le dijo:..Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo, bendita tú entre las mujeres… No temas, María, pues hallaste gracia a los ojos de Dios. He aquí que concebirás en tu seno y darás a luz un Hijo, a quien pondrás por nombre Jesús… ¿Cómo será eso, pues no conozco varón? Y respondiendo el ángel, le dijo: el Espíritu Santo descenderá sobre ti, y el poder del Altísimo te cobijará con su sombra; por lo cual también lo que nacerá será llamado Santo, Hijo de Dios (Lucas 1, 28-35).

Y ante tal palabra de Dios, María Santísima pronuncia el hágase en mí según tu palabra y San José aquella palabra la pone por obra: recibe en su casa a María. Se cumplen las promesas; la promesa del Dios de Dios de Israel se hace cumplimiento: El Verbo, aquel que es la Palabra, se hizo hombre, quien habría de morir por nuestros pecados y resucitar por nuestra justificación, como afirmara san Pablo.

José, la fe en obra

La fe de Santa María se expresa en sus palabras; san José, como lo presentan los Evangelistas, más bien se expresa en sus obras. Buena tarea haríamos al recorrer los textos de la Sagrada Escritura y leerlos en esta perspectiva de las vocaciones de María y de José, en la misión que les corresponde dentro de la Historia de la Salvación.

Pasan del desposorio al matrimonio; de su perplejidad ante lo insólito y su implicación en el cumplimiento de la profecía de la Virgen que concebiría al Emmanuel; dos corazones y dos cuerpos virginales unidos en el plan de Dios: María concibe por obra del Espíritu Santo, y José, varón justo, cuida y protege la Virginidad de María y el misterio de la Encarnación.

José, además receptor de la promesa mesiánica, une al Mesías a la estirpe de David. Ante este prodigio del amor de Dios, Uno y Trino, ¿cómo no solazar nuestro corazón creyente con las palabras de los Padres de la Iglesia, como san Juan Crisóstomo, quien nos habla de José, padre y «salvador» del Salvador del mundo; o de san Agustín, que nos habla de José como padre virginal del Hijo de Dios; de los grandes santos y doctores de la Iglesia, como santo Tomás, quien con su majestuosidad lapidaria nos habla de la conveniencia de que Jesús naciera de una Virgen desposada; de san Bernardo de Claraval, que considera a san José único coadjutor fidelísimo del gran designio; o de santa Teresa de Ávila, quien recomienda por experiencia el gran bien que es encomendarse a san José; de san Francisco de Sales, sobre sus virtudes, y muchos santos más; y que no podemos pasar por alto a santa Teresita de Lisieux quien contempla a san José en la intimidad de la Familia de Nazaret y descubre en él a quien vive la infancia espiritual.

Los Papas hablan de San José

Para conocer mejor el el sentido de la Iglesia sobre san José por el magisterio pontificio, para que se dé en nosotros el sentire cum Ecclesia-sentir con la Iglesia: Pío IX: con los documentos Quemadmodum Deus (1870) y el Inclytum Patriarcham (1871) se proclama a san José Patrono de la Iglesia Católica. Se exhorta a tener confianza ferviente en su patrocinio.

León XIII: el papa iniciador de la doctrina social de la Iglesia, el que fomentó la consagración del universo al Corazón de Jesús, el que promovió el culto al Espíritu Santo, es el autor de la única encíclica sobre san José, la Quamquam pluries: la palabra autorizada de este Papa nos invita a acostumbrarnos a invocar con piedad ferviente y espíritu de confianza, juntamente con la Virgen Madre de Dios, a su castísimo esposo san José, y nos señala la razón específica por la que san José es considerado Patrono de la Iglesia y ésta espera muchísimo de su tutela y patrocinio: él fue esposo de María y padre, según era considerado, de Jesucristo. De aquí dimana toda su dignidad, gracia, santidad y gloria. Dios dio a la Virgen a San José por esposo, no sólo se lo dio como compañero de su vida, testigo de su virginidad, protector de su honestidad, sino también como participante de su excelsa dignidad, por razón de aquel vínculo conyugal. Recuerda también el haber sido custodio del Hijo de Dios; de aquí sobresale su gran dignidad. Era su custodio, cabeza y defensor legítimo y natural. Al final nos ofrece una oración bellísima de la cual tomamos unos párrafos: … Proteged, providentísimo custodio de la divina Familia, la escogida descendencia de Jesucristo; apartad de nosotros toda mancha de error y de corrupción; asistidnos propicio desde el cielo, fortísimo libertador nuestro, en esta lucha contra el poder de las tinieblas…defended a la Iglesia Santa de Dios de todas las acechanzas de sus enemigos y de toda adversidad, a fin de que, a ejemplo vuestro, sostenidos por vuestro auxilio, podamos santamente vivir, piadosamente morir, y alcanzar, en el cielo, la eterna bienaventuranza. Amén.

Pío XII: el 25 de julio de 1920 en el breve Bonum sanae, recuerda el patrocinio universal de san José sobre la Iglesia, insiste en su patrocinio sobre la familia cristiana, el trabajo y la muerte, confiando a él la protección de los moribundos.

Beato Juan XXIII: su ferviente devoción a San José, aderezada con una fuerte convicción y un lenguaje sencillo y cordial, nos ofrece páginas y testimonios de quien confía plenamente en su auxilio y protección. El Papa iniciador del concilio Vaticano II proclama con sumo gozo a san José Patrono del mismo Concilio. Además, lo propone como modelo a los Padres Conciliares. El Concilio es obra de Dios. Y esta obra exige recogimiento y oración, docilidad y espíritu sobrenatural. Estas son las virtudes de las que san José no cesó de darnos silenciosamente el más luminoso ejemplo…

Juan Pablo II: nos lega la exhortación apostólica Redemptoris Custos. No concluye con la bendición apostólica acostumbrada, sino que suplica a san José que bendiga a la Iglesia. Ratifica el magisterio anterior de los papas, sobre todo el de Pablo VI, al poner a José y María en el comienzo de la obra divina de la redención de la humanidad; a San José como nuevo Adán, en el principio de los caminos del Señor, con una intención eminentemente pastoral, para que todos los hijos de la Iglesia pongan su confianza en José y en María, como inicio de los caminos de la salvación.

También nos señala el cómo José y María recibieron la gracia y el carisma de vivir la virginidad y el matrimonio al servicio de la Encarnación redentora. Nos invita a que crezca en nosotros la devoción al Patrono de la Iglesia universal y el amor al Redentor, al que él sirvió ejemplarmente. En san José tenemos un modelo humilde y maduro de servir y participar en la economía de la salvación.

Por todo lo expuesto, debemos dejar la postura minimalista sobre San José y darle en nuestra vida el lugar que le asignó el Padre para que se manifestara como sacramento de su paternidad entrañable.

P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

Tomado de:

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