martes, 31 de agosto de 2010

San José un "mojado" por el Reino de Dios

Del Río Nilo al Río Bravo

Hacia una iluminación bíblico-pastoral del fenómeno migratorio desde la figura de José de Nazaret

En cierta ocasión, me llamó la atención una pintura de José y María huyendo de noche con el Niño Jesús; abajo tenía esta leyenda: Los primeros mojados. Tan vieja como la humanidad misma, la migración es un fenómeno importante y preocupante actualmente. Para muchos paisanos nuestros, la aventura de la emigración no siempre resulta grata. La Iglesia, como madre, discípula y misionera del Señor Jesús, no puede permanecer indiferente ante cualquier situación que sea fuente de dolor y de injusticia para sus hijos, en cuyos rostros descubre el rostro del Hijo por excelencia, y para quienes desea y está llamada a revelar el rostro del Amor por excelencia.

I. De la vista al corazón: una realidad desafiante

El fenómeno migratorio

Son diferentes las causas por las que alguien decide salir de su país o de su comunidad. Pero la mayor parte de los migrantes buscan mejorar su nivel de vida, remediar un poco su pobreza traducida en hambre y falta de vivienda digna. Tristemente, las discriminaciones y violaciones a los derechos humanos que viven los migrantes nos preocupan sólo en la medida en que nos tocan; nos duele cuando son los nuestros los deportados, los perseguidos, los humillados, los burlados, los escondidos.

En general, el migrante pobre —generalmente joven, rara vez anciano y cada vez más niño— viaja en condiciones precarias: poco dinero y abusivo cobro del coyote, insalubridad y cansancio, sudor, sed, hambre; bajo el riesgo de la clandestinidad. Una vez que logra cruzar la frontera, pasa de la ciudadanía a la ilegalidad y, en consecuencia, algo de su persona y su dignidad se pierden al no ser reconocidas.

Los "que se quedan"

La migración deja a veces un drama entre los que se quedan: esposos que hace 5, 10, 25 o más años salieron y no han regresado. Algunos siguen enviando dólares; otros desaparecieron después de una o dos llamadas; algunos murieron en el intento. En más de un caso, con o sin envío de dólares, la esposa sabe que el marido ya vive con otra mujer y nuevos hijos, y que quizá nunca volverá.

El único contacto que suele tener el migrante con su comunidad de origen es la llamada telefónica. Pero su estadía en el extranjero incide poco o nada en la vida comunitaria, pareciera que la solidaridad no existe fuera de los vínculos de la sangre.

II. Postrado en el polvo, reanímame con tu palabra (Salmo 119,25)

El pasaje de la huida a Egipto es muy conocido. Se encuentra en el capítulo dos del evangelio según san Mateo, que nos cuenta la búsqueda que unos sabios de Oriente hicieron para hallar al recién nacido Rey de los judíos. El rey Herodes, cruel y ambicioso, indaga el paradero del Niño para matarlo. Pero, alertado por un ángel, José toma a su esposa ya su Hijo, y huye a Egipto, protegido por el manto de la noche. Volverá tras la muerte de Herodes.

El pueblo y el Dios migrantes

Jesús asumió condición de migrante, como migrante fue el pueblo guiado por Moisés en el desierto y el Dios que los acompañó (Éxodo 13,17-22); como lo fueron sus antepasados, los grandes patriarcas, el primero de ellos Abraham, que se puso en camino de Ur en Mesopotamia hacia la tierra de Canaán (Génesis 12,1.4.6). Migrantes y -migrantes por hambre- fueron los hijos de Jacob, que llegaron a Egipto en busca de comida (Génesis 47,3-4). Migrantes fueron algunos de los defendidos por las denuncias de los profetas (por ejemplo, Ezequiel 22,7 y Jeremías 7,4-7). Migrante fue nuevamente Israel en el destierro de Babilonia, donde lloró su nostalgia con lamentos y deprecaciones (Salmo 137 y 125).

Y si una migración condujo a Israel a la esclavitud, una nueva migración lo devolvió a la libertad y lo hizo Pueblo de Dios: de Egipto a la tierra prometida (Éxodo 6,7-8; 24,7-8). La huida a Egipto nos pone en camino de una tierra herida por el pecado —y pecado estructural—, Egipto, hacia una tierra de crecimiento y humanización, Nazaret (ver Lucas 2,39-40), la tierra del reinado de Dios. Y ello, bajo la mirada contemplativa de San José.

La Sagrada Familia migrante

La huida y, por lo tanto, la migración a Egipto, no es un acontecimiento que el Evangelio atribuya sólo a José ya Jesús, sino también a María; implicó a toda la familia. Hay que notar además que José no es un rico comerciante que vaya a incrementar su fortuna; sólo cuenta con sus brazos, el conocimiento de su oficio y el amor a su Hijo ya su esposa.

San José, un "mojado" por el Reino de Dios

Por medio de este relato, el evangelista anticipa el relato de la Pasión. No puedo dejar de estremecerme ante este texto que nos muestra a Jesús ya sus padres, María y J osé, compartiendo el destino de destierro y persecución que sufren muchos de nuestros migrantes y sus defensores, compartiendo su destino de cruz, pues Herodes persigue a Jesús Niño por la misma causa que llevará a Jesús adulto al inhumano madero: ser «Rey de los Judíos» (Mateo 2,2; 27,11.29.37).

Esta última consideración de la huida a Egipto en clave pascual permite intuir la respuesta a esta pregunta: ¿Dónde estaba Dios mientras Jesús, iSu Hijo! moría clavado en la cruz? Estaba clavado con él. Hoy, Dios muere ahogado en el río Bravo, extenuado en el desierto, llora el hambre y el abandono, vive perseguido, alza su voz, marcha Con los que marchan y habla en las pancartas que exigen justicia y respeto a la dignidad de cada ser humano. Dios no bajó al Hijo de la cruz, pero tampoco lo abandonó; solidarizándose profundamente con él, lo rescató de la muerte injusta. Lo resucitó.

III. Manos y pies: para construir el Reino y caminar por la esperanza

Dios nunca deja de actuar y salvar ya en la historia. Respetuoso de la libertad y la naturaleza, nos tiene a nosotros, a su Cuerpo, la Iglesia, atenta a su voz ya los signos de los tiempos para actuar con misericordia y compasión; esto es, para poner el corazón en la miseria y padecer el dolor del otro, hasta superarlo juntos. Dios está en los muchos José de todos lados que hoy en día siguen optando por el Reino, compartiendo el destino del Hijo, arriesgándose a transitar por el camino difícil de la huida a Egipto y la vuelta a Nazaret.

Desde la persona del migrante

La ética del amor debe traducirse en una pastoral de migrantes que tome como una primera tarea el cuidado hacia el extranjero, aunque sea extraño, por medio de centros de acogida, donde tengan un lugar para pasar la noche, asistencia médica y alimenticia, etc.

No se trata de fomentar la migración ilegal, pero sí de cuidar la vida de quien ya tomó la decisión de salir del pueblo. Estas tareas son una prolongación de la que el Padre encomendó a San José: proteger la vida de su Hijo, cuyo Cuerpo somos nosotros, la Iglesia.

Desde la familia del migrante

¿Tiene el marido, la madre, el hijo o la hija, la madurez suficiente para separarse de su familia temporalmente, sin caer en el riesgo de olvidarla y desentenderse de ella definitivamente? ¿Qué lo o la mueve realmente a salir del país: la ambición, la desesperación, el egoísmo; o el amor, la necesidad de proteger a la familia con la forja de un patrimonio sólido y bien ganado ? ¿Se toca este punto en la catequesis prematrimonial, especialmente en las zonas rurales?

Merecen alabanza quienes, una vez establecidos en el país que les da trabajo bien remunerado, hacen lo posible por reunir consigo a los suyos. Son aquellos que sobre el andar cotidiano demuestran que su emigración fue un recurso de bienestar familiar. Lo mismo vale para quienes, luego de algunos años de mucho esfuerzo y ahorro, vuelven a casa, con la familia, a seguir trabajando. Son los que, al valor del dinero, impusieron el valor inigualable de la unión y la fidelidad.

Desde la comunidad del migrante

En tiempos de Jesús había algunos grupos de judíos en Egipto. Es fácil imaginarse a la familia de Nazaret en Egipto recibiendo la ayuda de sus paisanos. El documento conclusivo de Aparecida contiene una observación interesante: "Las generosas remesas enviadas desde Estados Unidos, Canadá, países europeos y otros, por los inmigrantes latinoamericanos, evidencian la capacidad de sacrificio y amor solidario a favor de las propias familias y patrias de origen. Es, por lo general, una ayuda de los pobres a los pobres" (Documento de Aparecida n. 416).

IV .Celebrando el des encuentro en la esperanza y el encuentro en la gratitud

Donde la emigración es intensa y frecuente, la Iglesia debe anunciar y celebrar la presencia de este Dios compañero de camino. Pienso, por ejemplo, en un rito de despedida, una sencilla celebración de la Palabra; en el templo o en la casa de quien partirá "al otro lado"; donde el migrante será encomendado a Dios en clave de alianza con Él y con su familia, con su comunidad; donde participen, expresando sus miedos y sus esperanzas, y dando su bendición los familiares más cercanos: papás, esposa, hijos. Que con la ayuda de Dios, y la protección de San José, lo vean volver con bien por donde se ha ido. Y un rito similar para dar gracias por los que regresan, por los que, habiendo huido a Egipto, bendecidos por el Dios de la esperanza, han podido, y han querido, volver con los suyos y vivir en Nazaret.

Señor San José, tú viviste con Jesús, conociste la persecución y sin duda también el miedo, pero experimentaste la fe y la esperanza en Aquél que en su amor te llamó y capacitó para hacer sus veces en latierra. Enséñanos a ser valientes como tú para cuidar la unidad de la familia, a pesar del tiempo y la distancia; para levantar la voz por los que son callados; para callar cuando el rencor asalta el corazón; para defender la vida ahí donde es perseguida. José de Nazaret, el "mojado de Egipto", cuida a nuestros migrantes; cuídanos, somos tus hijos.

Miguel Ángel Aguilar Manríquez, m.j, Bodas de oro. Coronación Pontificia de la imagen de San José, Ciudad Guzmán, Jalisco. Congreso Josefino. Cedejom. México 2008, pp. 259-283.

Tomado de: El Propagador de la devoción al señor San José, Año CXXXIX, n. 7, Julio-Agosto 2010, páginas 2-6.

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