Carta a San José
Dice nuestra Santa Madre Teresa que cualquier cosa que te supliquemos lo concederás y si no están bien encaminadas nuestras peticiones tú las enderezarás, pero dejamos esto para luego.
Lo primero que quiero agradecerte es: “El ser como eres”. Por eso te eligió el Señor y te pre-eligió. Me imagino al Señor diciendo “¿quién será el esposo de la Madre de mi Hijo?”. Y paseándose por la humanidad encontró al Varón Justo que cumpliría a la perfección la misión que le iba a encomendar.
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Porque José eres descendiente de David, de cuyo linaje nacería el Mesías. Y eres silencioso: ni una sola palabra tuya ha llegado hasta nosotros, y ¡que preciosas serían cuando te acercabas a María, y con cuanta ternura hablarías a Jesús!; que prudentes para relacionarte con la gente, que justas en cualquier litigio y que comprensivas con los que diferían de tus opiniones, y si, ahora te pido que nos ayudes a saber callar en tantas ocasiones en que deseamos tener razón poniendo nuestra autoestima por encima de la caridad.
Y, eres trabajador, ¡cómo no! Sustentas a tu Familia, cooperas en la obra de la creación, desarrollas tus aptitudes, y ayudas al que lo necesita.
Eres fuerte y valiente, a tu lado se siente la seguridad, María confío completamente en ti, porque “¡cómo la acogiste al volver de Ain Karin”, porque para ir de Nazaret a Belén, y de Belén a Egipto, y de Egipto otra vez a Nazaret, tu confiaste en la palabra de Dios revelada por el ángel o por los acontecimientos.
En estos momentos en que conocemos mejor las vicisitudes de los emigrantes, su precaria situación, sus angustias y miedos, el mal trato que en muchas partes reciben apreciamos mejor lo que supuso para ti proteger “Tus Tesoros”, ante tanto depredador. Te rogamos por todos ellos. Alíviales en sus necesidades.Estoy segura que en aquellos tres días del templo, Tu serenidad y prudencia, calmarían las angustias de la Virgen, aunque fuese a costa de ahogar en silencio las tuyas. ¡Qué bien lo supo Ella! “Tu Padre y Yo te buscábamos…”
Contemplo el sereno transcurrir de tu vida, de vuestra vida en Nazaret. A partir de los 12 años de Jesús, ya no hubo nada extraordinario, cuando en verdad era un milagro continuo que El Hijo de Dios, fuese tu hijo, el Hijo del carpintero, el Hijo de José. Y así bajo tu techo, entre las virutas de tu taller “el Niño crecía en sabiduría y en gracia”.
José, cuando la monotonía de nuestra vida nos parezca insoportable, cuando el estar siempre con las mismas personas, cuando la palabra aguantar se sobreponga a la de amar en nuestra convivencia, toma las riendas de nuestra familia de nuestra comunidad, porque algo va muy mal y tu puedes ser nuestro modelo a imitar.
Nadie nos ha contado cómo era tu oración: pero teniendo a Dios pequeño entre tus brazos; sería entrañable amorosa, de corazón.
Cuando la oscuridad inundaba tu alma: de suplica confiada, de abandono.
Cuando repasabas los aconteceres de tu vida seguirías diciéndole al Señor: “Aquí estoy para hacer tu voluntad”.
Seguro que tu humildad te hacia exclamar “Señor solo soy tu siervo, haz de mi lo que quieras”: que aprendamos de Ti que servir es reinar.
Virtudes las tienes todas, al vernos tan carentes de ellas te pedimos nos fuerces a forzarnos para lograr siquiera alguna para hacer felices a los que están a nuestro lado.Y nuestra suplica final es: San José, padre y protector nuestro, protégenos ahora y en la hora de nuestra muerte. Para que sea como la tuya, en los brazos de Jesús y María. Amén.
Carmelitas Descalzas de Burgos
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