San José, Protector de la Iglesia
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Hace ya casi 20 años, el 15 de agosto de 1989, solemnidad de la Asunción de Nuestra Señora, el Papa Juan Pablo II publicó un documento que conserva su actualidad. Fecundo en contenido y valioso en el momento presente por el que atraviesa la Iglesia Católica Apostólica Romana, en determinados países, entre ellos, Brasil. Se llama Exhortación Apostólica “Redemptoris Custos”, sobre “la figura y la Misión de San José en la vida de Cristo y de la Iglesia”.
La riqueza de conceptos y la conveniencia de hacer crecer, en nuestros días, la devoción a ese Santo, me llevan a exponer y comentar algunas ideas de esa rica Exhortación. La oportunidad de promover la veneración de San José se pone de manifiesto por las dificultades actuales en el campo religioso. A él fue confiada la custodia de Jesucristo y así protege su Cuerpo Místico que es la Iglesia. Dice el Siervo de Dios, Juan Pablo II en la introducción: “Es para mí una alegría cumplir este deber pastoral, con el objetivo de que crezca en todos la devoción al Protector de la Iglesia universal y el amor al Redentor, que él sirvió de modo ejemplar” (n. 1). A propósito, las primeras palabras que le consagra son las siguientes: “Llamado a proteger al Redentor”. Los Padres de los primeros siglos ya relacionaban ese cuidado a María y a su Hijo con iguales desvelos, como la misión de la Iglesia, perpetuados en el tiempo y en el espacio de la vida del Señor.
Tiene una profunda relación con María, pues ambos responden afirmativamente a la Palabra de Dios: ella, diciendo: “sí” al Ángel que anuncia el nacimiento virginal y él “hace como le ordenó el Ángel del Señor y recibió a su esposa” (Mateo 1, 24). La obediencia a la misma fe unió a la Sagrada Familia desde la Concepción, pasando por el Nacimiento de Jesús en Belén, su circuncisión, la imposición del nombre de Jesús, su Presentación en el Templo, la huida a Egipto, el encuentro del Niño entre los doctores, el sustento y la educación en Nazaret. Presencia íntima y la acción de José antes de su muerte.
El matrimonio de María con José es el fundamento legal de la paternidad que él justamente ejerció. El Niño, con todos los efectos jurídicos, era su Hijo. Esa consideración abre grandes horizontes en el singular y extraordinario papel reservado al Santo Patriarca en el plano divino de nuestra Redención.
La Sagrada Escritura lo llama “justo” (Mateo 1, 19) y revela el esfuerzo, ejercido como carpintero, para el mantenimiento material de Jesús y María. Durante un largo período de vida oculta del Salvador, era cercano su contacto con José. “Bajó, entonces, con ellos a Nazaret y les estaba sujeto (…). Y Jesús crecía en sabiduría, en estatura y en gracia” (Lucas 2, 51-52).
Como fue el custodio de Jesús y María, naturalmente a él se recurre en tiempos difíciles para la Iglesia. Fue esa consideración que llevó al Papa Pío IX a confiar a la especial protección de San José, declarándolo “Protector de la Iglesia Católica” (n. 28). Y el Papa León XIII así lo expresa, en la Encíclica “Quamquam Pluries”, los motivos de tan grande confianza: “(…) De modo semejante como él en otro tiempo acostumbraba a socorrer santamente y en todo y cualquier acontecimiento, a la Familia de Nazaret, también ahora cubra y defiendo con su celeste patrocinio a la Iglesia de Cristo”.
En nuestros días, tenemos numerosos motivos para rogarle —como pedía León XIII— que defienda “a la Santa Iglesia de Dios, de las acechanzas de sus enemigos y de todas las adversidades”. Y Juan Pablo II añade: “Hoy también tenemos motivos para encomendar a cada uno de los hombres a San José” (n. 31).
La idea central de la Exhortación Apostólica “Redemptoris Custos” es la actualidad de la devoción al Santo Patriarca, como consecuencia de su íntima y profunda relación con Jesús y María. La Misión que Dios le confió al carpintero de Nazaret fue la de velar por el Hijo y la Madre, ser custodio que protege, defensa contra las insidias, próvido, responsable por su mantenimiento material. Por tanto, la Institución que Cristo fundó y que es su continuación mística a través de los siglos, es, igualmente objeto del amparo por intercesión de San José.
Tal confianza en su propio patrocinio es incentivada en el documento que ahora comentamos. Crece la importancia de nuestro llamado, cuando sentimos el peso de las dificultades que surgen en muchos ambientes.
Su ayuda se concretiza por la norma de vida que él nos da: “San José sea para todos un maestro singular en el servicio de la misión salvífica de Cristo que, en la Iglesia, compete a todos y cada uno” (n. 32)
De manera unánime, en todos los campos de la vida cristiana, se hace sentir la fuerza de su ejemplo e intercesión. El Santo Padre enumera entre los beneficiarios a los esposos, padres, además en la familia está el cimiento de la reconstrucción religiosa. Particularmente en nuestros días, cuando los hogares se disuelven en virtud de la falta de generosidad de los conyuges que buscan la realización personal antes que la preservación del matrimonio, en el servicio de la prole. El egoísmo es un falso concepto del derecho de la propia felicidad: es una de las causas de tantos desastres domésticos. El Jefe de la Sagrada Familia trae consigo la gracia necesaria para superar esos obstáculos y promover el bienestar de los hogares cristianos. Acrecentemos el valor del trabajo con las propias manos, como factor que dignifica. La figura de ese hombre, que se mantiene a sí y a los suyos por el trabajo diario, ennoblece al trabajador y a todo aquel que vive del propio sudor de su rostro.
Nuestra fidelidad a San José es aumento en la contemplación y en el recto apostolado. Su vida humilde y laboriosa es indicador valioso para el perfeccionamiento de la práctica religiosa.
La fecha del 19 de marzo, de su devoción y, también la ya cercana, el 1 de mayo, conmemoraremos los 20 años de la Exhortación apostólica “Redemptoris Custos”. Ésta Exhortación continua a abrirnos nuevos horizontes, e incentiva nuestra devoción al Patriarca San José con la oportunidad de poder superar los problemas que nos afligen. La misma protección que brindó al Niño y a su Madre continua vigente en la Iglesia de nuestros días.
La riqueza de conceptos y la conveniencia de hacer crecer, en nuestros días, la devoción a ese Santo, me llevan a exponer y comentar algunas ideas de esa rica Exhortación. La oportunidad de promover la veneración de San José se pone de manifiesto por las dificultades actuales en el campo religioso. A él fue confiada la custodia de Jesucristo y así protege su Cuerpo Místico que es la Iglesia. Dice el Siervo de Dios, Juan Pablo II en la introducción: “Es para mí una alegría cumplir este deber pastoral, con el objetivo de que crezca en todos la devoción al Protector de la Iglesia universal y el amor al Redentor, que él sirvió de modo ejemplar” (n. 1). A propósito, las primeras palabras que le consagra son las siguientes: “Llamado a proteger al Redentor”. Los Padres de los primeros siglos ya relacionaban ese cuidado a María y a su Hijo con iguales desvelos, como la misión de la Iglesia, perpetuados en el tiempo y en el espacio de la vida del Señor.
Tiene una profunda relación con María, pues ambos responden afirmativamente a la Palabra de Dios: ella, diciendo: “sí” al Ángel que anuncia el nacimiento virginal y él “hace como le ordenó el Ángel del Señor y recibió a su esposa” (Mateo 1, 24). La obediencia a la misma fe unió a la Sagrada Familia desde la Concepción, pasando por el Nacimiento de Jesús en Belén, su circuncisión, la imposición del nombre de Jesús, su Presentación en el Templo, la huida a Egipto, el encuentro del Niño entre los doctores, el sustento y la educación en Nazaret. Presencia íntima y la acción de José antes de su muerte.
El matrimonio de María con José es el fundamento legal de la paternidad que él justamente ejerció. El Niño, con todos los efectos jurídicos, era su Hijo. Esa consideración abre grandes horizontes en el singular y extraordinario papel reservado al Santo Patriarca en el plano divino de nuestra Redención.
La Sagrada Escritura lo llama “justo” (Mateo 1, 19) y revela el esfuerzo, ejercido como carpintero, para el mantenimiento material de Jesús y María. Durante un largo período de vida oculta del Salvador, era cercano su contacto con José. “Bajó, entonces, con ellos a Nazaret y les estaba sujeto (…). Y Jesús crecía en sabiduría, en estatura y en gracia” (Lucas 2, 51-52).
Como fue el custodio de Jesús y María, naturalmente a él se recurre en tiempos difíciles para la Iglesia. Fue esa consideración que llevó al Papa Pío IX a confiar a la especial protección de San José, declarándolo “Protector de la Iglesia Católica” (n. 28). Y el Papa León XIII así lo expresa, en la Encíclica “Quamquam Pluries”, los motivos de tan grande confianza: “(…) De modo semejante como él en otro tiempo acostumbraba a socorrer santamente y en todo y cualquier acontecimiento, a la Familia de Nazaret, también ahora cubra y defiendo con su celeste patrocinio a la Iglesia de Cristo”.
En nuestros días, tenemos numerosos motivos para rogarle —como pedía León XIII— que defienda “a la Santa Iglesia de Dios, de las acechanzas de sus enemigos y de todas las adversidades”. Y Juan Pablo II añade: “Hoy también tenemos motivos para encomendar a cada uno de los hombres a San José” (n. 31).
La idea central de la Exhortación Apostólica “Redemptoris Custos” es la actualidad de la devoción al Santo Patriarca, como consecuencia de su íntima y profunda relación con Jesús y María. La Misión que Dios le confió al carpintero de Nazaret fue la de velar por el Hijo y la Madre, ser custodio que protege, defensa contra las insidias, próvido, responsable por su mantenimiento material. Por tanto, la Institución que Cristo fundó y que es su continuación mística a través de los siglos, es, igualmente objeto del amparo por intercesión de San José.
Tal confianza en su propio patrocinio es incentivada en el documento que ahora comentamos. Crece la importancia de nuestro llamado, cuando sentimos el peso de las dificultades que surgen en muchos ambientes.
Su ayuda se concretiza por la norma de vida que él nos da: “San José sea para todos un maestro singular en el servicio de la misión salvífica de Cristo que, en la Iglesia, compete a todos y cada uno” (n. 32)
De manera unánime, en todos los campos de la vida cristiana, se hace sentir la fuerza de su ejemplo e intercesión. El Santo Padre enumera entre los beneficiarios a los esposos, padres, además en la familia está el cimiento de la reconstrucción religiosa. Particularmente en nuestros días, cuando los hogares se disuelven en virtud de la falta de generosidad de los conyuges que buscan la realización personal antes que la preservación del matrimonio, en el servicio de la prole. El egoísmo es un falso concepto del derecho de la propia felicidad: es una de las causas de tantos desastres domésticos. El Jefe de la Sagrada Familia trae consigo la gracia necesaria para superar esos obstáculos y promover el bienestar de los hogares cristianos. Acrecentemos el valor del trabajo con las propias manos, como factor que dignifica. La figura de ese hombre, que se mantiene a sí y a los suyos por el trabajo diario, ennoblece al trabajador y a todo aquel que vive del propio sudor de su rostro.
Nuestra fidelidad a San José es aumento en la contemplación y en el recto apostolado. Su vida humilde y laboriosa es indicador valioso para el perfeccionamiento de la práctica religiosa.
La fecha del 19 de marzo, de su devoción y, también la ya cercana, el 1 de mayo, conmemoraremos los 20 años de la Exhortación apostólica “Redemptoris Custos”. Ésta Exhortación continua a abrirnos nuevos horizontes, e incentiva nuestra devoción al Patriarca San José con la oportunidad de poder superar los problemas que nos afligen. La misma protección que brindó al Niño y a su Madre continua vigente en la Iglesia de nuestros días.
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Monseñor Eugenio Sales,
Cardenal Arzobispo Emerito de Río de Janeiro
19 de marzo de 2009
19 de marzo de 2009
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Tomado de:
Tomado de:
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Traducción del Portugués:
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P. Óscar Alejandro, m. j.
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