lunes, 11 de mayo de 2015

Una homilía de Monseñor Romero sobre San José



San José, el hombre de confianza en Dios

El Papa Pío IX, el siglo pasado, 1870, que escogió precisamente el mes de diciembre, el 8 de diciembre para proclamar el patrocinio de San José, quiere decir, poner bajo el cuidado de San José a la Iglesia Universal.

Estamos, pues, como celebrando ese aniversario del patrocinio, de la protección de San José sobre esta Iglesia fundada por Cristo y así recobra todo su bello sentido la oración que se ha dicho aquí hace un momento: "¡Oh Dios, que confiaste a San José los principios de la redención!".

Esta es la fiesta de hoy, acercarnos a los principios de nuestra redención y en esos principios de la redención cristiana encontramos los dos personajes protagonistas de toda esa redención: Cristo y María.

San José custodio de María y de Jesús

Esos dos personajes, los más grandes que han existido en la tierra, son los orígenes de esa fuentecita que en Belén comenzó a crecer como un río que ahora es un torrente por el mundo, la Iglesia Universal, que lleva como objeto la salvación de los hombres.

San José fue puesto como el cuidador de esa fuente que nacía. Justo era que en los tiempos modernos, cuando ya esa fuente se había hecho río inmenso, Iglesia Universal, se recordara también a los hombres de nuestro tiempo el papel importante de San José dentro de esa Iglesia.

En los orígenes, esta Iglesia se denomina con dos nombres: Cristo, María. Para los dos ellos, San José tiene una relación única, como todos sabemos. Para María es su esposo. Reflexionen aquí los que llevan esa dignidad de esposo lo que significa en un hogar el esposo, el padre de familia.

Eso es San José no sólo para la Sagrada Familia, sino para esa familia que va a crecer inmensamente, la familia de Dios.

María, su esposa, la acaba de llamar el Concilio Vaticano II el principio y el modelo de la Iglesia. Miren qué bella descripción de esa mujer bendita, el principio y el modelo, quiere decir que la Iglesia, que va a trabajar a lo largo de los siglos con todos los hombres que creen en Cristo, tiene que parecerse a María. María es la primera cristiana, María es el modelo de un evangelio que se hace vida, María es el ideal de la Iglesia.

Cómo quisiera la Iglesia en su trabajo con los pueblos hacer que todos los hombres, y todas las mujeres sobre todo, se parezcan a María, el modelo del alma que se deja redimir, el modelo del alma que le dice a Dios en sus proyectos de salvación: "he aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra". Por eso María es llevada también en cuerpo y alma a los cielos para constituirse allá también el principio de aquella Iglesia que nosotros vamos a ir a construir cuando nos muramos y nos salvemos y cuando después del juicio final resuciten también nuestros cuerpos y se encuentren allá con el cuerpo de María, que ya está en el cielo como primera piedra de aquel edificio glorioso con que va a construir Dios su templo para toda la eternidad.

María, pues, es el principio, el modelo que la Iglesia tiene delante para copiar en el corazón de todos sus cristianos, la imagen que Cristo redentor ha querido hacer de todos sus redimidos.



María, la esposa de José

María, se le llama por eso "prima redenta", la primera redimida, el modelo de los redimidos, la redimida por excelencia, la flor más hermosa de la redención, el lujo de Cristo crucificado en la cruz. La sangre de Cristo no pudo brotar de una roca más bella que María, su propia madre.

Esa mujer bendita que va a ser el principio y el modelo de todos los hombres que quieran ser salvos. Se le entrega a José como una esposa. Mediten aquí las que tienen esa dignidad en sus hogares, esposas, madres, y así como lo sientan las esposas nobles en su hogar, eso siente María; en el hogar de los hijos de Dios, eres la consejera, la conciencia, el calor de amor, la ternura, todo lo que vale una esposa, en su hogar, una madre en su hogar, eso es María en la Iglesia, y esa es la esposa de San José.



Ahora comprendemos un poquito la dignidad de ese hombre, la confianza que Dios debió de tener a ese hombre para confiarle una mujer tan delicada, tan grandiosa, verdaderamente el lujo de la humanidad.

María, lo más noble de la humanidad, se le entrega a José para que la cuide, para que la proteja. Y el otro gran ejemplar que fue puesto bajo el patrocinio de San José es Cristo Nuestro Señor.

San Pablo nos dice que Cristo en cuanto hijo de María, descendiente de David, es un hijo de David como declaraba el evangelio. Pero no acaba allí la dignidad de Cristo en cuanto ungido por aquella concepción virginal, María concibe en sus entrañas un hombre que al mismo tiempo es Dios.

Por eso Cristo es el único hijo de mujer que no tiene un padre en lo natural aquí en la tierra. ¿Cómo puede ser esto?, dice María cuando el ángel le anunció, ¿cómo voy a tener un hijo si no tengo relación con ningún hombre?; y el ángel le declara: No, es que el fruto de tus entrañas no es un hombre cualquiera, lo que va a nacer de ti es lo santo, lo ungido por el Espíritu de Dios, será el fruto de un milagro para aquel que no tiene imposibles.

Aquel que hizo posible que tu prima Isabel, anciana, estéril, pudiera ser capaz de ser madre del precursor va a hacer que de ti, sin perder tu virginidad, sin concurso de hombre, puedas tener un hijo virginalmente, porque viene ungido por el milagro de Dios. Tu hijo se llamará hijo del Altísimo, hijo de Dios, Cristo el redentor, el que va a perdonar los pecados de todo el pueblo.



Tu padre y yo

Qué gloria la de María tener tal hijo, y ese hijo, sin ser fruto natural de José, se llamará hijo de José. No hay elogio más hermoso para San José que aquella queja de María cuando encontró al niño Jesús en el templo: Hijo, ¿por qué has hecho esto con nosotros, no ves que tu padre y yo te andábamos buscando?

José y María sabían que Cristo no era hijo de José en la forma natural en que un hombre es padre de un hijo, José sabía y respetaba aquel milagro virginal de Cristo, sin embargo, María le dice a Cristo: tu padre y yo; qué honor el de San José, lo que el Padre Eterno puede decir a Cristo, éste es mi hijo muy amado, lo puede decir José: es mi hijo.

Y el hijo que llamó tantas veces en su oración: padre, al padre de los cielos, me imagino yo tantas veces diciéndole a José papá, padre. Qué hermoso esta relación entre José y Cristo pero resulta, queridos hermanos, que así como María es el modelo de toda una Iglesia que va viviendo durante toda la historia, Cristo todavía más, es un hijo de José que se prolongará en su Iglesia.



La Iglesia, bajo su protección

José, siendo el padre de Cristo, ve que ese Cristo se prolonga en su Iglesia y siente que todos nosotros los cristianos somos también hijos suyos, estamos bajo su protección, y con el mismo cariño con que cuidaban a su niño Jesús en el taller de Nazaret nos cuida también a nosotros, su Iglesia.

Este misterio, hermanos, es el que yo quisiera que se grabaran muy hondo en esta misa que estamos celebrando en su honor. Como define el Concilio Vaticano II a la Iglesia, dice así: "Cristo, el único mediador, instituyó y sostiene una Iglesia como un conjunto jerárquico para transmitir por medio de ese conjunto su verdad y su vida".

Bendito sea San José, que nos protege, y cuando Nuestro Señor le confió la vida de la Virgen y de Cristo Nuestro Señor, sabía San José, a lo largo de la historia, que su papel es importante, cuidar esa unidad jerárquica, cuidar esa verdad que transmite la Verdad jerárquica y cuidar esa comunión de la vida para que, así como cuidó a María y al niño Jesús en Nazaret, la Iglesia se siente protegida, querida, amparada, fuerte bajo ese patrocinio del gran obrero, del hombre sencillo.

La grandeza de un hombre no se mide por su categoría social, sino por la nobleza de su corazón, y San José fue eso ante todo, el hombre de la confianza de Dios para confiarle los misterios nacientes de la redención que ahora se han convertido en la Iglesia Universal.

Monseñor Óscar Arnulfo Romero
Arzobispo de San Salvador (1977).

Tomada de: El Propagador, Año CXLIV, n. 5, Mayo 2015 , pp. 11-14.

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