viernes, 7 de junio de 2013

Un artículo josefino para este año de la fe



San José en el Año de la Fe

El catecismo, para comunicar de la mejor manera los artículos de la fe, recurre a la palabra, a los símbolos y a la experiencia. Gracias a la catequesis, los niños de hoy no sólo aprenden a "manejar" la Biblia, sino sobre todo a fundamentar, a partir de la "Palabra de Dios", los contenidos de la fe. Aprenden a orar, "armando" el altar donde están la imagen de Cristo o de la Virgen, el cirio o veladora y las flores. y la "enseñanza" da comienzo a partir de "una experiencia de vida".

En efecto, la comunicación de fe que nos entrega, por ejemplo san Juan evangelista, es Cristo visto, tocado y compartido (cfr. 1Jn 1,1-3). "El experto —escribe Dietmar Mieth— es el que a través de intentos, pruebas, fallos y aciertos, ha reunido unos conocimientos haciéndolos carne de su carne. La experiencia en este sentido, no es transferible sin más: no se trasmite comunicando unos datos en forma "objetiva", sino conviviendo. La transmisión de experiencias vividas exige convivencia, al margen de que sea posible (pero no necesario) hacer iguales experiencias sobre la base de iguales condiciones" [Hacia una definición de la experiencia, Concilium 133 (1978) 357].

El fracaso no tiene la última palabra

En un número monográfico sobre el fracaso humano, el jesuita holandés Piet Schoonenberg escribe sobre "Dios y el fracaso humano", a partir de la novela "La última en el cadalso" de Gertrudis von Le Fort, escrita en 1931 y que despertó un nuevo interés, gracias a la adaptación cinematográfica de Georges Bernanos, Diálogo de Carmelitas, y a la reflexión de Hans Urs van Balthasar, El cristiano y la angustia.

Durante la Revolución Francesa, un grupo de Carmelitas fue guillotinado en París. Mientras subían al patíbulo, las monjas iban cantando el Himno al Espíritu Santo: "Ven, oh Santo Espíritu ... " Cuando faltaba la última estrofa y la guillotina había hecho lo suyo, una joven saliendo de entre la multitud, entonó el "La gloria le sea dada al Padre ... ", la estrofa última del Himno. Allí mismo fue ejecutada. Blanca de la Force —tal era el nombre de la joven—, por fin, superando la angustia y el miedo de los que había sido presa toda su vida, ofrece su vida tal como la había recibido.

Comenta Schoonenberg: "Del hombre que asume su fracaso ante Dios, que no lo niega, sino que se lo confía, podemos decir que presenta la ofrenda de su fracaso y de su angustia, pero nunca como un sacrificio que sea puramente muerte”. Gertrudis von Le Fort tampoco ha simbolizado eso en sus Carmelitas. Al contrario, éstas cantan al morir el Himno que pide la venida del Espíritu Creador de Dios, con lo cual —añade la novelista— se acaba el señorío del miedo y del caos. La muerte de estas mártires tiene una semejanza con la muerte de Jesús: abren el camino para una nueva venida del Espíritu. En Blanca, este hecho se hace incluso visible: toda su angustia se ha desvanecido ante una libertad imposible hasta entonces. "Quien asume su fracaso ante Dios, le da una posibilidad de acceso a su yo profundo y a los otros".

Cuando te pregunte tu hijo (Deuteronomio 6, 20)

El teólogo mariano René Laurentin hace notar que la bendición de María como Madre desemboca en la bienaventuranza según la fe: "y dichosa tú porque has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá" (Lucas 1, 45). Por lo mismo se lamenta de que "en la catequesis de hoy la figura de María queda a menudo desdibujada. Aparece como 'la mamá de Jesús' y 'la esposa de José'. Jesús tiene un papá y una mamá, igual que los niños y las niñas del catecismo, ni más ni menos. María -continúa afirmando Laurentin- es una silueta común, sin rostro espiritual. En la catequesis moderna, apenas se expone el dogma de su santidad" [Santa María, Concilium 149 (1979) 399-400].

Lo mismo sucede con San José. Urge por lo mismo acercar su "paternidad" a la bienaventuranza de la fe. (Cfr. Juan Pablo II, Custodio del Redentor, n. 4). De esta manera, su paternidad se ve iluminada por su santidad de vida. Como Abraham, su justicia le viene de su asentimiento de fe (Mateo 1, 19)·

Vista de tejas abajo, la vida de San José es "fracaso en el propio proyecto de vida". Dios le sale al encuentro con su proyecto distinto al que José había soñado. Además, el proyecto que Dios le presenta está en su final tronchado, inacabado; tiene que morir antes y no estará presente cuando el Plan de salvación se consuma en el Calvario y, sobre todo, en la Resurrección; aunque algunos aseguren que entre los resucitados, él está presente (cfr. Mt 27,52).

No podrá ser de otro modo, ya que "la vida de Jesús fue un verdadero fracaso históricamente, es decir, en las dimensiones de nuestra historia: un fracaso real, al menos desde un cierto punto de vista ... Pero su muerte y fracaso adquieren un valor salvífico y una amplia significación histórica precisamente porque acepta el fracaso de su vida y su mensaje por fidelidad a Dios, cuyo corazón es mayor que cualquier derrota y éxitos humanos" [Edward Schillebeeckx, Jesús y el fracaso de la vida humana, Concilium 113 (1976) 409-410].

La experiencia que tenemos de niños es que el crecimiento de nuestra fe se da en la cotidianidad de la vida, en el ámbito de la familia, principalmente por medio de los padres: al verlos rezar, aprendemos a buscar y dirigirnos a Dios; la fidelidad y fortaleza con las que luchan y se mantienen, a pesar de distintas dificultades ha templado nuestro ánimo y, a la postre, nos ha convencido de imitar sus actitudes.

Conviviendo con sus padres, María y José, de seguro Jesús aprendió a vivir y aceptar su destino. En ellos "la voluntad del Padre" es una guía segura. El acto de deponer la vida, como ella se nos da, en las manos de Dios, es acto de fe: «Si Isabel dijo de la Madre del Redentor: "Feliz la que ha creído", en cierto sentido se puede aplicar esta bienaventuranza a José, porque él respondió afirmativamente a la Palabra de Dios, cuando le fue transmitida ... Lo que él hizo es genuina "obediencia de la fe"» (Custodio del Redentor, n. 4). Como escribe Yves Congar: "Los pobres son portadores de esperanza. Verdad es que pueden sentirse aplastados y sólo sobrevivir en una especie de inconsciencia, por un instinto animal, pero los pobres que tienen una conciencia espiritual dirigen sus ojos hacia el futuro. De este modo se convierten en una fuerza histórica, aunque sea en un presente de impotencia. En medio de las vicisitudes y de una tierra surcada por ejércitos e invasiones, el pequeño pueblo de los pobres de Yahvé vivió, hasta María (y José), Ana y Simeón, su espera de la consolación de Israel. Finalmente este pueblo abrió el camino al futuro" [La pobreza como acto de fe, Concilium 124 (1977)127].

A este respecto, afirma Hans Urs Van Ballthasar: "Con la renuncia que le fue impuesta, el hombre no fue dejado de lado, sino honrado como nunca lo había sido antes: su estado marital es liberado del círculo sin fin de muerte y generación; su renuncia física no elimina su fecundidad, sino que le dé cumplimiento, y así, la incluye en la economía de la Nueva Alianza" (en P. Coda, Ministerio Trinitario y Familia, Semana de Estudios Trinitarios, Salamanca 1995, p 218).

¡Cuán lejos estamos de Saramago, El Evangelio según Jesucristo, que nos dibuja un José agobiado por el sentimiento de culpa!, y eso que "Saramago ha creado un José psicológicamente mucho menos complejo que Festa Campanile o Martín Garzón" [Juan A. Marcos, San José en la novela contemporánea, Estudios Josefinos 99 (1996) 21]. Lo bueno es que el mismo analista confiesa: "Estas tres novelas no aportan nada a la espiritualidad y devoción josefinas" (p. 23)· La última palabra no la tiene el fracaso, sino la comunión de vida con Dios. Ésta lleva al hombre a aceptar de buen grado el fracaso, aunque con frecuencia no lo comprenda, a considerarlo de menos valor que esa comunión de vida con Dios... No es el aspecto negativo del fracaso, sino su aceptación positiva lo que tiene una significación salvífica (E. Schillebeeckx, a.c., p. 410).

Si es verdad que los santos nos comunican sus luces y su fervor, pedimos desde ahora a San José que su santidad ilumine nuestra entrega en un acto de fe profundo, ahora y en la hora de nuestra muerte ...

Eusebio Ma. Ramos, m.j.

Tomado de: El Propagador de la Devoción al señor San José, Año 142, N. 6, Junio 2013, pp. 8-10.

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