viernes, 15 de enero de 2010

San José en Aparecida


San José en Aparecida

La V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe se celebró en la Basílica de Nuestra Señora de la Concepción “Aparecida”, en Brasil, los días del 13 al 31 de mayo de 2007. Nuestros obispos hicieron un reconocimiento de la presencia testimonial y patronal de San José, necesaria para la formación espiritual y pastoral de los discípulos misioneros de Jesucristo, diciendo: "Nuestros pueblos nutren un cariño y especial devoción a San José, esposo de María, hombre justo, fiel y generoso, que sabe perderse para hallarse en el misterio del Hijo; San José, el silencioso maestro, que fascina, atrae y enseña no con palabras, sino con el resplandeciente testimonio de sus virtudes y de su firme sencillez" (Documento de Aparecida n. 274).

San José sigue estando presente, nos dice Juan Pablo II: "Para que aprendamos de él su humilde y maduro modo de servir en la economía de la salvación y para que en todos crezca la devoción al Patrono de la Iglesia universal y el amor a nuestro divino Redentor" (Custodio del Redentor, 1).

Se comienza a ser cristiano por el encuentro con un acontecimiento, con una persona, que da nuevo horizonte a la vida, y con ello una orientación decisiva: un encuentro de fe con la persona de Jesús (Cfr. Juan 1, 35-39). La naturaleza del cristianismo consiste en reconocer la presencia de Jesucristo y seguirlo. El discípulo misionero, que tiene que recorrer los caminos de América, debe asumir los rasgos del Misionero del Padre, destacados por los evangelios. No es la aceptación de una doctrina, sino el seguimiento de Jesucristo que como persona nos ha ganado el corazón y nos ha convertido. Lo que nos hace discípulos suyos es ir tras los pasos del hijo del carpintero, en quien vemos al Verbo de Dios hecho carne. Es él el que nos ha cautivado y dado la capacidad de dejar todo para seguirlo como lo hicieron los primeros discípulos y discípulas. Esta fue la experiencia de los primeros discípulos (Cfr. Juan 1, 39) y quedaron fascinados ante Aquél que les hablaba, ante el modo como los trataba.

En el encuentro con el inaudito realismo de su Encarnación, hemos podido oír, ver con nuestros ojos, contemplar y palpar con nuestras manos la Palabra de vida ( Cfr. 1 Juan 1,1), experimentamos que el propio Dios va tras la oveja perdida, la humanidad doliente y extraviada. Para levantarnos de esta situación, el Hijo de Dios, se anonadó a sí mismo, se humilló y tomó la forma de siervo, haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz (Filipenses 2, 8).

Los obispos reconocen que no pueden exigir a los cristianos un renovado compromiso, si no se les ofrecen caminos de formación y una sana, vigorosa y sólida espiritualidad.

“Aparecida” nos muestra los lugares para encontrarnos con Jesucristo. El encuentro con Jesucristo, gracias a la acción invisible del Espíritu Santo, se realiza en la fe recibida y vivida en la Iglesia. La Iglesia es nuestra casa. Encontramos a Jesús en la Sagrada Escritura leída en la Iglesia. De modo admirable, en la Sagrada Liturgia, particularmente en la Eucaristía. El sacramento de la reconciliación es el lugar donde el pecador experimenta de manera singular el encuentro con Jesucristo, quien se compadece de nosotros y nos ofrece su perdón. La oración personal y comunitaria es el lugar donde el discípulo, alimentado por la Palabra y la Eucaristía, cultiva una relación de profunda amistad con Jesucristo y procura asumir la voluntad del Padre. Jesús está presente en medio de una comunidad viva en la fe y en el amor fraterno. También lo encontramos de un modo especial en los pobres, afligidos y enfermos (Cfr. Mateo 25, 37-40).

Hay un espacio de encuentro con Jesucristo que es la Piedad popular. La que es y ha sido "el alma de los pueblos" latinoamericanos y el "precioso tesoro de la Iglesia católica" en América Latina. La piedad popular es una manera legítima de vivir la fe, un modo de sentirse parte de la Iglesia y una forma de ser misioneros, donde se recogen las más hondas vibraciones de América. Es parte de una "originalidad histórica cultural" de los pobres de este continente, y fruto de una "síntesis entre las culturas y la fe cristiana". La piedad popular es considerada como la espiritualidad de los sencillos.

La piedad popular es un imprescindible punto de partida para conseguir que la fe del pueblo madure y se haga más fecunda. Los miembros del pueblo fiel, reconociendo el testimonio de María y también de los santos, tratan de imitarles cada día más. Por este camino, se podrá aprovechar todavía más el rico potencial de santidad y de justicia social que encierra la mística popular.

“Aparecida”, siguiendo el método de ver, juzgar y actuar, encuentra varias manifestaciones de la piedad popular, que son una riqueza para la espiritualidad de nuestros pueblos, entre las principales que se mencionan, son: el Cristo sufriente, la Virgen María y el Señor San José.

Nuestros pueblos se identifican particularmente con el Cristo sufriente, lo miran, lo besan o tocan sus pies lastimados, como diciendo: Este es el que me amó y se entregó por mí (Gálatas 2, 20). Con su religiosidad característica se aferran al inmenso amor que Dios les tiene y que les recuerda permanentemente su propia dignidad. Nuestros pueblos latinoamericanos tienen una sensibilidad religiosa que los ha llevado a un grande amor a Jesucristo, a Jesucristo sufriente como lo atestiguan todos los santuarios en donde se venera la imagen de un Cristo sufriente, como el Cristo de Chalma, en México, o el Cristo de Esquipulas, en Guatemala.

Ante este Cristo, nuestros antepasados aprendieron a abrazarse al dolor, a asumir el sufrimiento y la enfermedad, y sobre todo su dignidad de seres humanos redimidos por la sangre de Cristo.

También nuestros antepasados se encontraron con la ternura y el amor de Dios en el rostro de María. En ella vieron reflejado el mensaje esencial del Evangelio. Nuestra Madre querida, desde el Santuario de Guadalupe, o desde el de Aparecida, hace sentir a su hijos más pequeños que ellos están en el hueco de su manto. Ella, reuniendo a los hijos, integra a nuestros pueblos en torno a Jesucristo.

Las diversas advocaciones y los santuarios esparcidos a lo largo y ancho del Continente americano testimonian la presencia cercana de María a la gente y, al mismo tiempo, manifiestan la fe y la confianza que los devotos sienten por ella: Ella les pertenece y ellos la sienten como madre y hermana. En María, nos encontramos con Cristo.

Nuestros pueblos tienen un cariño y devoción especial a San José, esposo de María: la veneran como un santo especial ligado al misterio de Cristo, lo invocan, le levantan templos, celebran sus fiestas con mucho júbilo, se encomiendan a él y lo imitan en las virtudes evangélicas que la caracterizan. Los pueblos de Latinoamérica son conscientes y deudores de la fe que profesan: la recibieron de los primeros misioneros, quienes les inculcaron el amor y la devoción a San José. Por eso los fieles rinden a San José especial cariño en su corazón. Millones y millones de personas de la cultura occidental -mundial- llevan el nombre de José. Centenares de movimientos religiosos, tanto de personas consagradas a Dios, como de laicos del mundo, tienen a San José como patrón. Ciudades, plazas, calles, puentes, hospitales, escuelas y, sobre todo, iglesias, llevan el nombre de San José. Lo llevamos en el paisaje de nuestra cultura, familiar y pública (Leonardo Boff).

El párrafo al que se refieren nuestros obispos se encuentra en el capítulo 6 del Documento de Aparecida, La piedad popular como espacio de encuentro con Jesucristo, donde se menciona el testimonio de los apóstoles y el de San José.

Nuestros antepasados nos dejaron a José como patrón, pero también como ejemplo para servir a Jesús. A este respecto dice Juan Pablo II: “Además de la certeza en su segura protección, la Iglesia confía también en el ejemplo insigne de José; un ejemplo que supera los estados de vida particulares y se propone a toda la Comunidad cristiana, cualesquiera que sean las condiciones y las funciones de cada fiel” (Custodio del Redentor, 30).

El pueblo latinoamericano ama e invoca a San José y lo proclama como su patrono porque en él encuentra su modelo para encontrarse con Jesús. Sabe que el mejor ejemplo para seguir a Jesús es imitarlo, por eso ha sido propuesto por nuestros obispos para la formación de los discípulos misioneros. Esperamos que nuestros pastores continúen promoviendo el conocimiento de San José en el misterio de Cristo y de la Iglesia.

Ambrosio García Moreno, M.J.

Tomado de:

El Propagador de la Devoción al señor San José, Año CXXXIX, n. 1, Enero 2010, pp. 7-10

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