viernes, 6 de noviembre de 2009

La familia de Jesús, María y José llamada a ser memoria y profecía para todas las familias del mundo

La familia, célula de la sociedad

Homilía del Sr. Nuncio Apostólico S.E.R. Mons. Christophe Pierre en el XIV Encuentro Latinoamericano del MFC realizado en Querétaro

Santiago de Querétaro, Qro., 30 de octubre de 2009

Muy queridos hermanos y hermanas.

Hoy el Evangelio nos lleva a Caná de Galilea, aquel pequeño poblado en el que a petición de su madre, Jesús realizó su primer milagro convirtiendo el agua en vino; singular evento cuyos hechos, llenos de profundo significado, describe detalladamente San Juan, testigo ocular del acontecimiento que hoy; a nosotros, nos invita a reflexionar también en la perspectiva sacramental del matrimonio, cuyo misterio incluye la presencia de Cristo.

Aceptando participar en las bodas de Caná, Jesús quiso sin duda mostramos que con su encarnación se estaba llevando a cabo en el mundo la "nueva y eterna alianza", el desposorio místico entre Dios y la humanidad prometido por boca de los profetas. En Caná, símbolo y realidad se encuentran: las bodas humanas de dos jóvenes, son la ocasión para hablamos del desposorio entre Cristo y la Iglesia que se cumplirá en «su hora»: la «hora» de Jesús en la cruz.
Pero, participando junto con su Madre y con sus discípulos en aquella fiesta nupcial, Jesús también honró las bodas entre el hombre y la mujer, manifestando así que el matrimonio es algo bello, querido por el Creador y es por Él bendecido. De suyo, es con el sacramento del matrimonio que la familia, en la cual se reciben los demás sacramentos, se reza y se aprende a vivir el Evangelio, es inaugurada. Dios se hace presente en el mundo a través de la familia humana.

Grande es, en verdad, amadísimos hermanos y hermanas la dignidad del sacramento del matrimonio! Él es la participación en la vida de Dios, es decir, de la gracia que santifica y de las gracias que se ofrecen a la específica vocación al matrimonio, a ser dos en una sola carne en el amor, "a ser padres y a conformar y edificar una familia.

En el Nuevo Testamento, la historia sagrada se ha configurado a partir de una familia, la familia de Nazaret, que a su vez hace referencia a las familias de Zacarías e Isabel y de los mismos apóstoles. Los Hechos de los Apóstoles y las cartas de San Pablo hacen abundante referencia al carácter familiar, como expresión de la voluntad de Dios sobre el hombre y la mujer, destacando la importancia que tienen los ejemplos de los buenos padres y de los buenos hijos, y los de donación y fidelidad esponsal.

Como recordara el Emmo. Cardenal Tarcisio Bertone, Secretario de Estado de la Santa Sede, en las diversas intervenciones que dirigió en su visita a México, el pasado mes de enero-, la familia es una sabia institución del Creador donde se actualiza la vocación originaria de la persona a la comunión interpersonal, mediante la entrega sincera de sí mismo. Ella, como lugar y manifestación más acabada de la persona, es mucho más que una unidad jurídica, social y económica, porque hablar de familia es hablar de vida, de transmisión de valores, de educación, de solidaridad, de estabilidad, de futuro y, en definitiva, de amor.

La familia, es la célula original de la sociedad, en donde la persona es afirmada por primera vez como persona, por sí misma y de manera gratuita, y en donde el hombre y la mujer viven con pleno sentido su diferenciación y complementariedad. En este sentido, el matrimonio es la sociedad natural primaria, llamada a ser plena al engendrar a los hijos. Sociedad natural primaria que está en posibilidades, a causa del amor, de educar en los valores y de regenerar a la sociedad. Porque el amor es difusivo, la familia se convierte en un vivero donde pueden ser cultivados los verdaderos valores humanos y cristianos que, aunque con dificultades, estarán en grado de transformar a toda la creación.

Por ello y para ello, –como señalaba el Cardenal Bertone–, es imprescindible que la familia sea familia, es decir, que su historia se desarrolle como una comunidad de vida y de amor en la que cada uno de los miembros sea valorado en su irrepetibilidad: como esposo-esposa, padre-madre, hijo-hija, hermano-hermana. Que sea un hogar en el que se dé acogida cordial, encuentro y diálogo, disponibilidad desinteresada, servicio generoso y solidaridad; en el que se promueva la vida afectiva, espiritual, cultural y moral de sus miembros; en el que cada uno de los miembros asuma su responsabilidad para construir, día a día, la comunión de las personas, haciendo de la familia una escuela de humanidad más completa y más rica, donde se asiste tanto al niño como al anciano con mayor profundidad y generosidad.

Es en la familia, en efecto, donde los humanos aprendemos las virtudes cívicas, donde aprendemos a mandar y a obedecer, a participar y a desarrollar la capacidad de sufrimiento, a ser generosos, respetuosos y fuertes ante lo adverso. Es ella la que crea vínculos "vitales y orgánicos" con la sociedad. Ahí nacen y se desarrollan los buenos y los malos ciudadanos, porque la familia es una especie de centro experimentador de virtudes humanas, donde se aprende mejor que en ninguna otra instancia el carácter gratuito de la relación humana.

Frente a un mundo que produce masificación, que combate lo diferente, que obliga a seguir el ritmo impulsado por mayorías circunstanciales en oleadas de valores desechables; frente a la creciente autonomía de cada cónyuge que absolutiza la libertad individual, y a ciertas ambigüedades en las relaciones de autoridad y obediencia al interior del núcleo familiar; frente a las notorias dificultades que se crean para transmitir los valores más sólidos de la convivencia y a una cierta mentalidad divorcista y antinatalista (cf. Familiaris Cansortio), la Iglesia propone a la familia constituirse en taller de personas, en lugar donde cada miembro se sienta querido, impulsado, sostenido y proyectado como un hijo de Dios con valor propio, independiente y único.
De aquí que los esposos cristianos estén ante todo llamados a ofrecer a la sociedad un especial testimonio de la santidad del matrimonio y de su importancia para la sociedad, mostrando ante los demás la hermosura del designio de Dios sobre el amor humano, el matrimonio y la familia, que, fundada en la unión indisoluble entre un hombre y una mujer es, como ya recordado, la base y la célula fundamental de la sociedad humana.

Testimoniar que el vínculo de donación esponsal, hecho de ternura, respeto y entrega responsable, es el lugar natural en el que la vida humana es concebida y encuentra la protección y la acogida que requiere su dignidad. Por eso, trabajar por el bien del matrimonio y de la familia es luchar por el bien del ser humano y de la misma sociedad.

En este contexto resulta obviamente primordial la necesidad de esforzarse para que en los ordenamientos jurídicos se respete integralmente esta institución natural, recordando que no basta contar con buenas leyes, sino que es también necesaria una amplia labor de educación y de formación que ayude a todos, especialmente a los más jóvenes, a descubrir y a valorar la belleza y la importancia del matrimonio y de la familia.

Al mandato del Génesis de hacer familia le sigue el nuevo mandato en el Espíritu Santo dehacer Iglesia. La familia cristiana, comunidad de vida y de amor, debería en efecto reproducir en sí todas las características que hacen visible a la Iglesia, contribuyendo a edificar el Reino de Dios, participando activamente en la vida y en la misión de la Iglesia. Instruidos por la Palabra de Dios, confortados con los sacramentos.y los auxilios de la gracia, e irradiando el espíritu del Evangelio, los miembros de la familia, están llamados a ser efectivamente una pequeña porción viva de la Iglesia.

Las familias y cada uno de sus miembros, pueden hacerse dinámicamente presentes en las actividades propias de la pastoral evangelizadora de la Iglesia, conscientes que evangelizar no sólo consiste en comunicar contenidos doctrinales, sino también en ofrecer al hombre de hoy la propuesta del encuentro íntimo con Cristo; un encuentro con Jesús, que, tocando el corazón y la mente del hombre con la luz de su verdad y la fuerza de su amor, pueda colmar la honda sed de Dios que tienen tantos hermanos nuestros, conduciéndolos a su vez a vivir el Evangelio con todas sus consecuencias.

En todo caso, queridos hermanos, nunca hay que olvidar que ustedes evangelizarán y lograrán trasmitir los verdaderos valores humanos y cristianos en la medida en que con su ejemplo y su palabra pongan al centro de sus personas y de sus familias, la Persona del Señor Jesús.

La Sagrada Familia está llamada a ser memoria y profecía para todas las familias del mundo. En ella, el Verbo de Dios vivió y, a través de ella nos transmitió gran parte de su vida, que es luz para todo hombre.

Quiera, pues, el Señor, que la celebración de este Encuentro Latinoamericano constituya un espléndido momento de gracia y una nueva ocasión para impulsar más la pastoral familiar de su Movimiento y de todas nuestras comunidades diocesanas y parroquiales.

Que María Santísima, Nuestra Señora de Guadalupe, Hija amadísima del Padre, y esposa y Madre, reavive en nosotros la esperanza, dé a todos la fuerza y la seguridad que necesitamos para proseguir, con redoblado entusiasmo, confianza y dinamismo, nuestro camino de activa fe en la tierra. Que sea Ella la estrella que nos conduce, en el amor, a la gloria eterna de Dios; y que sea Ella, junto con la intercesión de su justo esposo San José, quien obtenga de su amado Hijo, para todos ustedes y para todas y cada una de nuestras familias cristianas en América Latina, copiosas y eficaces gracias y bendiciones, para bien de cada uno y del mundo entero.
Y que así sea.

+ Mons. Christophe Pierre
Nuncio Apostólico en México

Publicado el 05 de noviembre de 2009 en:

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