San José en el Año de la Fe
El
catecismo, para comunicar de la mejor manera los artículos de la fe, recurre a
la palabra, a los símbolos y a la experiencia. Gracias a la catequesis, los
niños de hoy no sólo aprenden a "manejar"
la Biblia, sino sobre todo a fundamentar, a partir de la "Palabra de Dios", los contenidos de la fe. Aprenden a
orar, "armando" el altar
donde están la imagen de Cristo o de la Virgen, el cirio o veladora y las
flores. y la "enseñanza" da
comienzo a partir de "una
experiencia de vida".
En
efecto, la comunicación de fe que nos entrega, por ejemplo san Juan
evangelista, es Cristo visto, tocado y compartido (cfr. 1Jn 1,1-3). "El experto —escribe Dietmar Mieth— es
el que a través de intentos, pruebas, fallos y aciertos, ha reunido unos
conocimientos haciéndolos carne de su carne. La experiencia en este sentido, no
es transferible sin más: no se trasmite comunicando unos datos en forma
"objetiva", sino conviviendo. La transmisión de experiencias vividas
exige convivencia, al margen de que sea posible (pero no necesario) hacer
iguales experiencias sobre la base de iguales condiciones" [Hacia una definición de la experiencia, Concilium 133 (1978) 357].
En
un número monográfico sobre el fracaso humano, el jesuita holandés Piet
Schoonenberg escribe sobre "Dios y
el fracaso humano", a partir de la novela "La última en el cadalso" de Gertrudis von Le Fort,
escrita en 1931 y que despertó un nuevo interés, gracias a la adaptación
cinematográfica de Georges Bernanos, Diálogo
de Carmelitas, y a la reflexión de Hans Urs van Balthasar, El cristiano y la angustia.
Durante
la Revolución Francesa, un grupo de Carmelitas fue guillotinado en París.
Mientras subían al patíbulo, las monjas iban cantando el Himno al Espíritu
Santo: "Ven, oh Santo Espíritu ... "
Cuando faltaba la última estrofa y la guillotina había hecho lo suyo, una joven
saliendo de entre la multitud, entonó el "La
gloria le sea dada al Padre ... ", la estrofa última del Himno. Allí
mismo fue ejecutada. Blanca de la Force —tal era el nombre de la joven—, por
fin, superando la angustia y el miedo de los que había sido presa toda su vida,
ofrece su vida tal como la había recibido.
Comenta
Schoonenberg: "Del hombre que asume
su fracaso ante Dios, que no lo niega, sino que se lo confía, podemos decir que
presenta la ofrenda de su fracaso y de su angustia, pero nunca como un
sacrificio que sea puramente muerte”. Gertrudis von Le Fort tampoco ha
simbolizado eso en sus Carmelitas. Al contrario, éstas cantan al morir el Himno
que pide la venida del Espíritu Creador de Dios, con lo cual —añade la
novelista— se acaba el señorío del miedo y del caos. La muerte de estas
mártires tiene una semejanza con la muerte de Jesús: abren el camino para una
nueva venida del Espíritu. En Blanca, este hecho se hace incluso visible: toda
su angustia se ha desvanecido ante una libertad imposible hasta entonces. "Quien
asume su fracaso ante Dios, le da una posibilidad de acceso a su yo profundo y
a los otros".
Cuando te pregunte tu hijo (Deuteronomio 6, 20)
El
teólogo mariano René Laurentin hace notar que la bendición de María como Madre
desemboca en la bienaventuranza según la fe: "y dichosa tú porque has creído, porque lo que te ha dicho el
Señor se cumplirá" (Lucas 1, 45). Por lo mismo se lamenta de que "en la catequesis de hoy la figura de
María queda a menudo desdibujada. Aparece como 'la mamá de Jesús' y 'la esposa
de José'. Jesús tiene un papá y una mamá, igual que los niños y las niñas del
catecismo, ni más ni menos. María -continúa afirmando Laurentin- es una silueta común, sin rostro espiritual.
En la catequesis moderna, apenas se expone el dogma de su santidad" [Santa
María, Concilium 149 (1979) 399-400].
Lo
mismo sucede con San José. Urge por lo mismo acercar su "paternidad" a la bienaventuranza de la fe. (Cfr. Juan
Pablo II, Custodio del Redentor, n.
4). De esta manera, su paternidad se ve iluminada por su santidad de vida. Como
Abraham, su justicia le viene de su asentimiento de fe (Mateo 1, 19)·
Vista
de tejas abajo, la vida de San José es "fracaso
en el propio proyecto de vida". Dios le sale al encuentro con su
proyecto distinto al que José había soñado. Además, el proyecto que Dios le
presenta está en su final tronchado, inacabado; tiene que morir antes y no
estará presente cuando el Plan de salvación se consuma en el Calvario y, sobre
todo, en la Resurrección; aunque algunos aseguren que entre los resucitados, él
está presente (cfr. Mt 27,52).
No
podrá ser de otro modo, ya que "la
vida de Jesús fue un verdadero fracaso históricamente, es decir, en las
dimensiones de nuestra historia: un fracaso real, al menos desde un cierto
punto de vista ... Pero su muerte y fracaso adquieren un valor salvífico y una
amplia significación histórica precisamente porque acepta el fracaso de su vida
y su mensaje por fidelidad a Dios, cuyo corazón es mayor que cualquier derrota
y éxitos humanos" [Edward Schillebeeckx, Jesús y el fracaso de la vida humana, Concilium 113 (1976) 409-410].
La
experiencia que tenemos de niños es que el crecimiento de nuestra fe se da en
la cotidianidad de la vida, en el ámbito de la familia, principalmente por
medio de los padres: al verlos rezar, aprendemos a buscar y dirigirnos a Dios;
la fidelidad y fortaleza con las que luchan y se mantienen, a pesar de
distintas dificultades ha templado nuestro ánimo y, a la postre, nos ha
convencido de imitar sus actitudes.
Conviviendo
con sus padres, María y José, de seguro Jesús aprendió a vivir y aceptar su
destino. En ellos "la voluntad del
Padre" es una guía segura. El acto de deponer la vida, como ella se
nos da, en las manos de Dios, es acto de fe: «Si Isabel dijo de la Madre del Redentor: "Feliz la que ha
creído", en cierto sentido se puede aplicar esta bienaventuranza a José,
porque él respondió afirmativamente a la Palabra de Dios, cuando le fue
transmitida ... Lo que él hizo es genuina "obediencia de la fe"»
(Custodio del Redentor, n. 4). Como
escribe Yves Congar: "Los pobres son
portadores de esperanza. Verdad es que pueden sentirse aplastados y sólo
sobrevivir en una especie de inconsciencia, por un instinto animal, pero los
pobres que tienen una conciencia espiritual dirigen sus ojos hacia el futuro.
De este modo se convierten en una fuerza histórica, aunque sea en un presente
de impotencia. En medio de las vicisitudes y de una tierra surcada por
ejércitos e invasiones, el pequeño pueblo de los pobres de Yahvé vivió, hasta
María (y José), Ana y Simeón, su espera de la consolación de Israel. Finalmente
este pueblo abrió el camino al futuro" [La pobreza como acto de fe, Concilium
124 (1977)127].
A
este respecto, afirma Hans Urs Van Ballthasar: "Con la renuncia que le fue impuesta, el hombre no fue dejado de
lado, sino honrado como nunca lo había sido antes: su estado marital es
liberado del círculo sin fin de muerte y generación; su renuncia física no
elimina su fecundidad, sino que le dé cumplimiento, y así, la incluye en la
economía de la Nueva Alianza" (en P. Coda, Ministerio Trinitario y Familia, Semana de Estudios Trinitarios, Salamanca 1995, p 218).
¡Cuán
lejos estamos de Saramago, El Evangelio
según Jesucristo, que nos dibuja un José agobiado por el sentimiento de
culpa!, y eso que "Saramago ha
creado un José psicológicamente mucho menos complejo que Festa Campanile o
Martín Garzón" [Juan A. Marcos, San
José en la novela contemporánea, Estudios
Josefinos 99 (1996) 21]. Lo bueno es que el mismo analista confiesa: "Estas tres novelas no aportan nada a
la espiritualidad y devoción josefinas" (p. 23)· La última palabra no
la tiene el fracaso, sino la comunión de vida con Dios. Ésta lleva al hombre a
aceptar de buen grado el fracaso, aunque con frecuencia no lo comprenda, a
considerarlo de menos valor que esa comunión de vida con Dios... No es el
aspecto negativo del fracaso, sino su aceptación positiva lo que tiene una
significación salvífica (E. Schillebeeckx, a.c., p. 410).
Si
es verdad que los santos nos comunican sus luces y su fervor, pedimos desde
ahora a San José que su santidad ilumine nuestra entrega en un acto de fe
profundo, ahora y en la hora de nuestra muerte ...
Eusebio Ma. Ramos, m.j.
Tomado de: El Propagador de la Devoción al señor San José, Año 142, N. 6, Junio 2013, pp. 8-10.
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