sábado, 27 de junio de 2009

Una reflexión de José como esposo de María


Un esposo a la altura de María

Juan Pablo II, después de hacer alusión a los textos evangélicos en los que José y María son denominados "esposos", subraya la importancia de tal matrimonio con una amplia catequesis, y enseña de éste los reflejos en el orden de la creación y en el de la redención, en sus aspectos cristológico, salvífico y eclesial. La claridad de la exposición es tal, que no tiene necesidad de comentario.

Hela aquí: "Y también para la Iglesia, si es importante profesar la concepción virginal de Jesús, no lo es menos defender el matrimonio de María con José, porque jurídicamente depende de este matrimonio la paternidad de José. De aquí se comprende por qué las generaciones han sido enumeradas según la genealogía de José. «¿Por qué —se pregunta san Agustín— no debían serlo a través de José? ¿No era tal vez José el marido de María? ".

La Escritura afirma, por medio de la autoridad angélica, que él era el marido. No temas, dice, recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo. Se le ordena poner el nombre del niño, aunque no fuera fruto suyo. Ella, añade, dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. La Escritura sabe que Jesús no ha nacido de la semilla de José, porque a él, preocupado por el origen de la gravidez de ella, se le ha dicho: es obra del Espíritu Santo. Y, no obstante, no se le quita la autoridad paterna, visto que se le ordena poner el nombre al niño. Finalmente, aun la misma Virgen María, plenamente consciente de no haber concebido a Cristo por medio de la unión conyugal con él, le llama sin embargo padre de Cristo". El hijo de María es también hijo de José en virtud del vínculo matrimonial que les une. En este matrimonio no faltaron los requisitos necesarios para su constitución: "En los padres de Cristo se han cumplido todos los bienes del matrimonio: la prole, la fidelidad y el sacramento. Conocemos la prole, que es el mismo Señor Jesús; la fidelidad, porque no existe adulterio; el sacramento, porque no hay divorcio".

A la afirmación acerca de la verdad del matrimonio de María y José, que le garantiza a Jesús el título de Cristo, sigue la explicación sobre la naturaleza del matrimonio: “Analizando la naturaleza del matrimonio, tanto san Agustín como santo Tomás la ponen siempre en la «indivisible unión espiritual», en la «unión de los corazones», en el «consentimiento», elementos que en aquel matrimonio se han manifestado de modo ejemplar”. Se pasa, por lo tanto, a su sentido salvador, señalándolo como el primero de los misterios de la vida de Cristo: "En el momento culminante de la historia de la salvación, cuando Dios revela su amor a la humanidad mediante el don del Verbo, es precisamente el matrimonio de María y José el que realiza en plena «libertad» el «don esponsal de sí» al acoger y expresar tal amor. «En esta grande obra de renovación de todas las cosas en Cristo, el matrimonio, purificado y renovado, se convierte en una realidad nueva, en un sacramento de la nueva Alianza. Y he aquí que en el umbral del Nuevo Testamento, como ya al comienzo del Antiguo, hay una pareja. Pero, mientras la de Adán y Eva había sido fuente del mal que ha inundado al mundo, la de José y María constituye el vértice, por medio del cual la santidad se esparce por toda la tierra. El Salvador ha iniciado la obra de la salvación con esta unión virginal y santa, en la que se manifiesta su omnipotente voluntad de purificar y santificar la familia, santuario de amor y cuna de la vida»." (Custodio del Redentor n. 7). Nada que asombrarse, pues, si "Antes de que comience a cumplirse «el misterio escondido desde siglos» (Efesios 3, 9) los Evangelios ponen ante nuestros ojos la imagen del esposo y de la esposa." (Custodio del Redentor, n. 18). Ya que en la exhortación apostólica la atención está dirigida particularmente hacia el esposo, se cita a León XIII, Encíclica Quamquam pluries, de él se exalta la dignidad y la grandeza: "Por otra parte, es precisamente del matrimonio con María del que derivan para José su singular dignidad y sus derechos sobre Jesús. «Es cierto que la dignidad de Madre de Dios llega tan alto que nada puede existir más sublime; mas, porque entre la beatísima Virgen y José se estrechó un lazo conyugal, no hay duda de que a aquella altísima dignidad, por la que la Madre de Dios supera con mucho a todas las criaturas, él se acercó más que ningún otro. Ya que el matrimonio es el máximo consorcio y amistad —al que de por sí va unida la comunión de bienes— se sigue que, si Dios ha dado a José como esposo a la Virgen, se lo ha dado no sólo como compañero de vida, testigo de la virginidad y tutor de la honestidad, sino también para que participase, por medio del pacto conyugal, en la excelsa grandeza de ella»." (Custodio del Redentor n. 20).

Todo eso supone una adecuada presencia y acción del Espíritu Santo: "Dios, dirigiéndose a José con las palabras del ángel, se dirige a él al ser el esposo de la Virgen de Nazaret. Lo que se ha cumplido en ella por obra del Espíritu Santo expresa al mismo tiempo una especial confirmación del vínculo esponsal, existente ya antes entre José y María. El mensajero dice claramente a José: «No temas tomar contigo a María tu mujer». Por tanto, lo que había tenido lugar antes —esto es, sus desposorios con María— había sucedido por voluntad de Dios y, consiguientemente, había que conservarlo. En su maternidad divina María ha de continuar viviendo como «una virgen, esposa de un esposo» (cf. Lc 1, 27). " (Custodio del Redentor, n. 18).

Quien ha pensado en "envejecer" al esposo (José) como solución adecuada a la situación, no ha pensado ciertamente según Dios, sino según el hombre, cfr. Mateo 16, 23, porque este hombre 'justo' que, en el espíritu de las más nobles tradiciones del pueblo elegido, amaba a la Virgen de Nazaret y a ella se unió con amor nupcial, es nuevamente llamado por Dios a este amor. José hizo como le ordenó el ángel del Señor y tomó consigo a su esposa; aquello que es engendrado en ella es del Espíritu Santo': de tales expresiones no hace falta quizás deducir que: ¿también su amor de hombre es reengendrado por el Espíritu Santo? ¿No hace falta quizás pensar que el amor de Dios, que ha sido vertido en el corazón humano a través del Espíritu Santo, (cfr. Romanos 5, 5), forma en el modo más perfecto cada amor humano? "José... tomó consigo a su esposa y sin que él la conociera, dio a luz a un hijo" (cfr. Mateo 1, 24-25).

Estas palabras indican otra cercanía esponsal. La profundidad de esta cercanía, la intensidad espiritual de la unión y el contacto entre las personas —del hombre y de la mujer—provienen en fin del Espíritu, que da la vida (cfr. Juan 6, 63). "José, obediente al Espíritu, encontró justo en Él la fuente del amor, de su amor esponsal de hombre, y fue este amor más grande de lo que 'el hombre justo' pudiera esperar a la medida de su propio corazón humano" (Custodio del Redentor n. 19).

De aquí el "regalo nupcial de sí", de José hacia la Madre de Dios, hasta el sacrificio total de sí: "Incluso decidido a apartarse para no obstaculizar el plan de Dios que se estaba realizándo en ella, él por expresa orden del ángel la retiene con él y respeta en ella su exclusiva pertenencia a Dios". Estando así las cosas, es fácil comprender como al misterio de la Iglesia, virgen y esposa, encuentra su símbolo propio en el matrimonio de María y José, dónde se encuentran unidos el amor nupcial y virginal (cfr. Custodio del Redentor, n. 20).
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P. Tarcisio Stramare, osj
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Tomado de la la Santa Crociata in onore di San Giuseppe (La santa cruzada en honor de San José) de junio de 2009 en la siguiente dirección electrónica:
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Traducción del italiano:
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P. Óscar Alejandro, m. j.

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