Benedicto XVI
Ángelus
Plaza de San Pedro
IV Domingo del Adviento, 18 de diciembre de 2005
Queridos hermanos y hermanas:
En estos últimos días del Adviento la liturgia nos invita a contemplar en modo especial a la Virgen María y a San José, que han vivido con intensidad única el tiempo de espera y de la preparación al nacimiento de Jesús. Deseo hoy dirigir la mirada a la figura de San José.
En la página evangélica de hoy san Lucas presenta la Virgen María como “esposa de un hombre de la casa de David, llamado José” (Lucas 1, 27). Es, sin embargo, el evangelista Mateo quien da mayor realce al al que era considerado padre de Jesús, subrayando que, por su medio, el Niño resultaba legalmente inserto en la descendencia davídica y realizaba así las Escrituras, en las cuales el Mesías era profetizado como “Hijo de David”. Mas el rol de José no puede, ciertamente, reducirse a este aspecto legal. Él es modelo del hombre “justo” (Mateo 1, 19), que in perfecta sintonía con su esposa acoge el Hijo de Dios hecho hombre y vela sobre su crecimiento humano. Por esto, en los días que preceden la Navidad, es más oportuno que nunca establecer una suerte de coloquio espiritual con San José, porque él nos ayude a vivir en plenitud este gran misterio de la fe.
El amado Papa Juan Pablo II, que era muy devoto de San José, nos ha dejado una admirable meditación a él dedicada en la exhortación apostólica Redemptoris Custos, “Custodio del Redentor”. Entre muchos aspectos que subraya, un acento particular dedica al silencio de San José. Su silencio está penetrado de contemplación del misterio de Dios, en actitud de total disponibilidad a la voluntad divina. En otras palabras, el silencio de San José no manifiesta un vacío interior, sino, al contario, la plenitud de fe que él lleva en el corazón, y que guía cada pensamiento y cada acción suya. Un silencio gracias al cual José, al unísono con María, custodia la Palabra de Dios, conocida a través de las Sagradas Escrituras, confrontándola continuamente con los eventos de la vida de Jesús; un silencio tejido de oración constante, oración de bendición del Señor, de adoración de su santa voluntad y de confianza sin reservas a su providencia. No se exagera si se piensa que justamente del “padre” José, Jesús haya aprendido –en el plano humano– aquella robusta interioridad que es presupuesto de la auténtica “justicia superior”, que él un día enseñará a sus discípulos (ver: Mateo 5, 20).
¡Dejémonos "contagiar" del silencio de San José! Tenemos tanta necesidad en un mundo, comúnmente bastante ruidoso que no favorece el recogimiento y la escucha de la voz de Dios. En este tiempo de preparación a la Navidad continuemos el recogimiento interior para acoger y custodiar a Jesús en nuestra vida.
Vaticano, 18 de diciembre de 2005
Benedicto XVI
Después del Ángelus
[En Polaco] Saludo, cordialmente los peregrinos venidos de la Polonia. Junto con la Virgen María y San José esperamos, en el recogimiento, la venida de Jesús. Deseo que nuestros corazones estén preparados para acogerlo. ¡Maranatha! ¡Ven Señor Jesús!
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