Cincuenta años a la escuela de José
El primero de mayo de 2005 la Iglesia celebra los 50 años de la proclamación de San José como patrono de los trabajadores. En 1955, el Papa Pío XII presentó, ante unos 150, 000 trabajadores y trabajadoras, al esposo de María y padre de Jesús, como su modelo en el trabajo. Este acontecimiento deber ser para la Iglesia motivo de alegría, porque vemos a José salir del marco en el que generalmente se le representa: la escena navideña del pesebre: sólo como testigo, a veces lejano, del evento de la Encarnación del Hijo de Dios en los brazos de María.
La mayoría de las meditaciones con las que nos encontramos acerca de José de Nazaret nos hablan de su fe, de su obediencia, de su castidad, de su justicia, de su silencio... y es precisamente la cotidianidad del trabajo, realizado calladamente por este hermano nuestro, en el taller de Nazaret, la que no nos debe pasar desapercibida en esta fiesta (memorial opcional para algunos).
Lejos de obviar la actividad manual, de un descendiente de la casa de David, esta fecha litúrgica nos debe conducir a meditar, con profundidad, en este rasgo, netamente humano, en el contexto del cincuentenario de la proclamación de José como protector de todo hombre y mujer que trabaja..
El carpintero de la familia de David nos invita a contemplar que este gesto realizado en Nazaret implicó desempeñar un oficio, ganar honradamente el pan de cada día, imitar a Dios en su obra creadora, sostener a su familia, servir a los paisanos... pero fue algo más que todo lo anteriormente enunciado: fue una misión de servicio, hecha con fe y amor, al hijo de Dios que crecía en su casa. Ciertamente contempló el misterio en Belén, pero también supo mirar con atención su trabajo en el taller. Sin duda encontró descanso en el amor de Jesús y de María; pero también se fatigó trabajando con sus manos. No dijo una palabra para los creyentes; pero el ruido de su afán en el taller de Nazaret nos llama a escuchar este discurso sin palabras. Un discurso que movió, mueve y moverá a nuestro mundo. Sin palabras, pero con obras, salidas de sus manos, que nos invitan al asombro, a la bendición y a la contemplación.
Trabajar es una actividad que lleva en sí cansancio y satisfacción; sacrificio y entrega; penas y alegrías; ilusión y esperanza. Todo esto lo conoció José. Y al mismo tiempo que con empeño fabricó muebles, levantó muros y construyó casas; con amor constante formó la conciencia, despertó la fe y moldeó la personalidad y el corazón de Jesús, llamado Cristo.
Jesús, al que miró, educó, e hizo crecer en edad, sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres es parte del trabajo obrero de José. Siendo niño le entregó su cultura, su fe, sus conocimientos; siendo joven lo hizo crecer en las costumbres de su pueblo, en la destreza del trabajo y en la mirada creyente; al mismo tiempo que lo hizo empaparse de la realidad humana del trabajo. Jesús se ocupó, ciertamente, de las cosas de su Padre del Cielo; pero también se ocupó de los esfuerzos y preocupaciones de aquel que Él mismo llamó abbá José, aquí en la tierra.
Estas cinco décadas de celebración de San José obrero deben llevarnos a contemplar en José no sólo las virtudes espirituales presentes en el Custodio del Redentor sino a meditar, más frecuentemente, las realidades humanas que Jesucristo hizo sobrenaturales a la escuela del esposo de María.
P. Óscar Hernández Zavala m. j.
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