San José, el hombre de confianza
en Dios
El
Papa Pío IX, el siglo pasado, 1870, que escogió precisamente el mes de
diciembre, el 8 de diciembre para proclamar el patrocinio de San José, quiere
decir, poner bajo el cuidado de San José a la Iglesia Universal.
Estamos,
pues, como celebrando ese aniversario del patrocinio, de la protección de San
José sobre esta Iglesia fundada por Cristo y así recobra todo su bello sentido
la oración que se ha dicho aquí hace un momento: "¡Oh Dios, que confiaste a San José los principios de la
redención!".
Esta
es la fiesta de hoy, acercarnos a los principios de nuestra redención y en esos
principios de la redención cristiana encontramos los dos personajes
protagonistas de toda esa redención: Cristo y María.
San
José custodio de María y de Jesús
Esos
dos personajes, los más grandes que han existido en la tierra, son los orígenes
de esa fuentecita que en Belén comenzó a crecer como un río que ahora es un
torrente por el mundo, la Iglesia Universal, que lleva como objeto la salvación
de los hombres.
San
José fue puesto como el cuidador de esa fuente que nacía. Justo era que en los
tiempos modernos, cuando ya esa fuente se había hecho río inmenso, Iglesia
Universal, se recordara también a los hombres de nuestro tiempo el papel
importante de San José dentro de esa Iglesia.
En
los orígenes, esta Iglesia se denomina con dos nombres: Cristo, María. Para los
dos ellos, San José tiene una relación única, como todos sabemos. Para María es
su esposo. Reflexionen aquí los que llevan esa dignidad de esposo lo que
significa en un hogar el esposo, el padre de familia.
Eso
es San José no sólo para la Sagrada Familia, sino para esa familia que va a
crecer inmensamente, la familia de Dios.
María,
su esposa, la acaba de llamar el Concilio Vaticano II el principio y el modelo
de la Iglesia. Miren qué bella descripción de esa mujer bendita, el principio y
el modelo, quiere decir que la Iglesia, que va a trabajar a lo largo de los
siglos con todos los hombres que creen en Cristo, tiene que parecerse a María.
María es la primera cristiana, María es el modelo de un evangelio que se hace
vida, María es el ideal de la Iglesia.
Cómo
quisiera la Iglesia en su trabajo con los pueblos hacer que todos los hombres,
y todas las mujeres sobre todo, se parezcan a María, el modelo del alma que se
deja redimir, el modelo del alma que le dice a Dios en sus proyectos de
salvación: "he aquí la esclava del
Señor; hágase en mi según tu palabra". Por eso María es llevada
también en cuerpo y alma a los cielos para constituirse allá también el
principio de aquella Iglesia que nosotros vamos a ir a construir cuando nos
muramos y nos salvemos y cuando después del juicio final resuciten también
nuestros cuerpos y se encuentren allá con el cuerpo de María, que ya está en el
cielo como primera piedra de aquel edificio glorioso con que va a construir
Dios su templo para toda la eternidad.
María,
pues, es el principio, el modelo que la Iglesia tiene delante para copiar en el
corazón de todos sus cristianos, la imagen que Cristo redentor ha querido hacer
de todos sus redimidos.
María,
la esposa de José
María,
se le llama por eso "prima
redenta", la primera redimida, el modelo de los redimidos, la redimida
por excelencia, la flor más hermosa de la redención, el lujo de Cristo
crucificado en la cruz. La sangre de Cristo no pudo brotar de una roca más
bella que María, su propia madre.
Esa
mujer bendita que va a ser el principio y el modelo de todos los hombres que
quieran ser salvos. Se le entrega a José como una esposa. Mediten aquí las que
tienen esa dignidad en sus hogares, esposas, madres, y así como lo sientan las
esposas nobles en su hogar, eso siente María; en el hogar de los hijos de Dios,
eres la consejera, la conciencia, el calor de amor, la ternura, todo lo que
vale una esposa, en su hogar, una madre en su hogar, eso es María en la
Iglesia, y esa es la esposa de San José.
Ahora
comprendemos un poquito la dignidad de ese hombre, la confianza que Dios debió
de tener a ese hombre para confiarle una mujer tan delicada, tan grandiosa,
verdaderamente el lujo de la humanidad.
María,
lo más noble de la humanidad, se le entrega a José para que la cuide, para que
la proteja. Y el otro gran ejemplar que fue puesto bajo el patrocinio de San
José es Cristo Nuestro Señor.
San
Pablo nos dice que Cristo en cuanto hijo de María, descendiente de David, es un
hijo de David como declaraba el evangelio. Pero no acaba allí la dignidad de
Cristo en cuanto ungido por aquella concepción virginal, María concibe en sus
entrañas un hombre que al mismo tiempo es Dios.
Por eso
Cristo es el único hijo de mujer que no tiene un padre en lo natural aquí en la
tierra. ¿Cómo puede ser esto?, dice María cuando el ángel le anunció, ¿cómo voy
a tener un hijo si no tengo relación con ningún hombre?; y el ángel le declara:
No, es que el fruto de tus entrañas no es un hombre cualquiera, lo que va a
nacer de ti es lo santo, lo ungido por el Espíritu de Dios, será el fruto de un
milagro para aquel que no tiene imposibles.
Aquel
que hizo posible que tu prima Isabel, anciana, estéril, pudiera ser capaz de
ser madre del precursor va a hacer que de ti, sin perder tu virginidad, sin
concurso de hombre, puedas tener un hijo virginalmente, porque viene ungido por
el milagro de Dios. Tu hijo se llamará hijo del Altísimo, hijo de Dios, Cristo
el redentor, el que va a perdonar los pecados de todo el pueblo.
Tu
padre y yo
Qué
gloria la de María tener tal hijo, y ese hijo, sin ser fruto natural de José,
se llamará hijo de José. No hay elogio más hermoso para San José que aquella
queja de María cuando encontró al niño Jesús en el templo: Hijo, ¿por qué has
hecho esto con nosotros, no ves que tu padre y yo te andábamos buscando?
José
y María sabían que Cristo no era hijo de José en la forma natural en que un
hombre es padre de un hijo, José sabía y respetaba aquel milagro virginal de
Cristo, sin embargo, María le dice a Cristo: tu padre y yo; qué honor el de San
José, lo que el Padre Eterno puede decir a Cristo, éste es mi hijo muy amado,
lo puede decir José: es mi hijo.
Y el
hijo que llamó tantas veces en su oración: padre, al padre de los cielos, me
imagino yo tantas veces diciéndole a José papá, padre. Qué hermoso esta
relación entre José y Cristo pero resulta, queridos hermanos, que así como
María es el modelo de toda una Iglesia que va viviendo durante toda la
historia, Cristo todavía más, es un hijo de José que se prolongará en su
Iglesia.
La Iglesia,
bajo su protección
José,
siendo el padre de Cristo, ve que ese Cristo se prolonga en su Iglesia y siente
que todos nosotros los cristianos somos también hijos suyos, estamos bajo su
protección, y con el mismo cariño con que cuidaban a su niño Jesús en el taller
de Nazaret nos cuida también a nosotros, su Iglesia.
Este
misterio, hermanos, es el que yo quisiera que se grabaran muy hondo en esta
misa que estamos celebrando en su honor. Como define el Concilio Vaticano II a
la Iglesia, dice así: "Cristo, el
único mediador, instituyó y sostiene una Iglesia como un conjunto jerárquico
para transmitir por medio de ese conjunto su verdad y su vida".
Bendito
sea San José, que nos protege, y cuando Nuestro Señor le confió la vida de la
Virgen y de Cristo Nuestro Señor, sabía San José, a lo largo de la historia,
que su papel es importante, cuidar esa unidad jerárquica, cuidar esa verdad que
transmite la Verdad jerárquica y cuidar esa comunión de la vida para que, así
como cuidó a María y al niño Jesús en Nazaret, la Iglesia se siente protegida,
querida, amparada, fuerte bajo ese patrocinio del gran obrero, del hombre
sencillo.
La
grandeza de un hombre no se mide por su categoría social, sino por la nobleza
de su corazón, y San José fue eso ante todo, el hombre de la confianza de Dios
para confiarle los misterios nacientes de la redención que ahora se han convertido
en la Iglesia Universal.
Monseñor Óscar Arnulfo Romero
Arzobispo de San Salvador (1977).
Tomada de: El Propagador, Año CXLIV, n. 5, Mayo 2015 , pp. 11-14.
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