sábado, 26 de marzo de 2016

Una meditación sobre San José como custodio


San José, custodio de Jesús

Hace algún tiempo decía el papa Francisco en una de sus homilías: Hemos escuchado en el Evangelio que “José hizo lo que el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer” (Mt 1,24). En estas palabras se encierra ya la misión que Dios confía a José, la de ser custos, custodio. Custodio de María y Jesús; pero es una custodia que se alarga luego a la Iglesia, como ha señalado san Juan Pablo II: “Al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo, también custodia y protege su cuerpo místico, la Iglesia, de la que la Virgen Santa es figura y modelo” (Exhortación apóstolica Redemptoris Custos, 1).

San José ejerce esa custodia con discreción, con humildad, en silencio, pero con una presencia constante y una fidelidad total, aun cuando no comprende. Desde su matrimonio con Santa María hasta el episodio de Jesús en el Templo de Jerusalén a los doce años, los acompaña en todo momento con esmero y amor. Está junto a María, su esposa, tanto en los momentos serenos de la vida como en los difíciles, en el viaje a Belén para el censo y en las horas temblorosas y gozosas del parto; en el momento dramático de la huida a Egipto y en la afanosa búsqueda de su hijo en el Templo; y después en la vida cotidiana en la casa de Nazaret, en el taller donde enseñó el oficio a Jesús.

Pero también custodia con la atención constante a Dios, abierto a sus signos, disponible a su proyecto, y no tanto al propio; y eso es lo que Dios le pidió a David: Dios no quiere una casa construida por el hombre, sino la fidelidad a su palabra, a su designio; y es Dios mismo quien construye la casa, pero de piedras vivas marcadas por su Espíritu. Y José es “custodio” porque sabe escuchar a Dios, se deja guiar por su voluntad, y precisamente por eso es más sensible aún a las personas que se le han confiado, sabe cómo leer con realismo los acontecimientos, está atento a lo que le rodea, y sabe tomar las decisiones más sensatas. En él vemos cómo se responde a la llamada de Dios, con disponibilidad, con prontitud; pero vemos también cuál es el centro de la vocación cristiana: Cristo.

Por eso, ha sido nombrado Patrono de la Iglesia Universal, para que, como lo realizó con Jesús y con María, la custodie a ella y a todos nosotros los que la formamos y habitamos en todo el mundo, trabajando por el Reino de Cristo y procurando ganarnos con nuestro trabajo ordinario, el cielo para nosotros y para muchas personas que, de alguna manera, están en contacto con nosotros en el lugar donde realizamos nuestro trabajo, en el hogar, en la sociedad.

Vamos a acudir al Glorioso Patriarca, San José, para pedirle que interceda ante Jesús y nos consiga todas las gracias que necesitamos para estar muy cerca de Dios siempre y en todo lugar y para actuar siempre pensando en los demás. Que él nos lleve también a su Esposa, la Santísima Virgen María, Nuestra Madre y por Ella, lleguemos a Jesús, que es lo único que debe importarnos en nuestra vida en la tierra, para asegurarnos su posesión en la Vida Futura en el Cielo, para siempre.

Rutilio Silvestri
19 de marzo de 2016


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