sábado, 17 de enero de 2009

El título prudentísimo dado a San José


José prudentísimo ruega por nosotros

El 18 de Marzo de 1909 su santidad el Papa Pío X aprobaba las Letanías de San José, concediéndole una categoría públi­ca universal (es decir, de ahora en adelante se podrían rezar o cantar públicamente en todas las iglesias del mundo) y enri­queciéndolas además con 300 días de indulgencias por cada día que se rezaran.

Entre los muchos títulos con que allí se invoca a san José encontramos este de prudentísimo. El uso de superlativo nos señala el grado eminente que alcanzó esta vir­tud en san José. Al hablar hoy de esta virtud de la prudencia en san José queremos recordar este acontecimiento de hace 100 años y dar gracias a Dios por él.

Siervo fiel y prudente

Pregunta Jesús:

"¿Quién es el siervo fiel y prudente, encargado por su señor de repartir a sus horas la comida a los de su casa?" (Mateo, 24,45).

Y responde la Iglesia, por medio de su liturgia, apelli­dando a san José con los calificativos muy honrosos de "fiel y prudente" y clarifican­do el merecimiento que Dios le hizo nom­brándolo mayordomo de su casa.

Siendo la prudencia, como es, una vir­tud de quien tiene el oficio de decidir (de aquí la sentencia que dice: "la prudencia no reina pero gobierna"), Dios eligió al hombre más apto para el gobierno de su familia. Con sobrada razón se afirma: "no basta con amar la justicia para ser justo, ni amar la paz para ser pacífico. Es ne­cesario que haya una buena delibe­ración, decisión y acción. La pruden­cia decide y la valentía se ocupa de reali­zar lo decidido" (Cfr. André Comte-sponville, Pequeño tratado de las grandes virtudes. Paidos Contextos. Barcelona- Buenos Aires- México, 2005, pág. 41).

Los modernos damos a esta virtud de la prudencia la connotación de "precau­ción", por el contrario los antiguos ha­blaban de ella con una virtud del riesgo y de la decisión. En efecto, hay riesgos que es necesario saber correr, peligros que es necesario saber afrontar.

En este sentido, la prudencia no es el miedo ni la cobar­día. Sin la valentía, la prudencia sólo se­ría pusilanimidad, del mismo modo que, sin ella, la valentía sólo sería temeridad o locura (pág. 43- 44).

El Padre Lépicier en su Tratado teológico sobre san José dice que la virtud de la prudencia se descubre en san José de una manera especial en tres circunstancias de su vida:

1. - Cuando se entera de la preñez de su esposa,
2.- Al volver del destierro de Egipto y,
3.- Cuando Jesús de niño se pierde en el templo de Jerusalén.

El Padre Debuchy, en sus Meditanons sur les litanies de Saint Joseph (Meditaciones sobre las letanías de San José), escribe que la prudencia es una virtud necesaria para el dominio de sí mismo, y con mayor razón para quien debe gobernar a los demás. En efecto, la responsabilidad aumenta con el cargo... la obediencia es la virtud de los in­feriores y la prudencia de los superiores. San José, constituido jefe de familia debió pronunciarse en cuestiones importantes que tuvieron que ver con la vida de Jesús y de María (Edit., Spes. Paris, 1924 pág. 52).

Alguno podría pensar que sobredimen­sionamos la figura de san José atribuyén­dole todas las virtudes, pero no es así. Por alguna razón se le llama también a la pru­dencia, sabiduría. Y en el lugar y tiempo que vivió san José corría en boca de la gente sencilla del pueblo la sentencia que dice: "si quieres escuchar algo sabio ve y platica con el carpintero".

No hay que despreciar el oficio de la car­pintería que desempeñó san José, pues los rabinos enseñan que el trabajo es su­perior a la práctica religiosa. Los rabinos, además de su ministerio, se dedicaban a un trabajo específico. Por los hechos de los apóstoles, sabemos que san Pablo se dedi­caba a fabricar tiendas de campaña (Hechos 18, 3) (Cfr, Robert Aron, Les années obscures de Jesús, Editions Bernard Grasset, Paris 1960, pág. 45-46).

La gente se admiraba de la sabiduría que salía de los labios de hijo del carpintero (Mateo 13, 55). Y son precisamente los eru­ditos quienes nos clarifican esa sentencia al afirmar sencillamente que la pruden­cia es una moral aplicada y sin ella, las demás virtudes sólo podrían llenar el infierno de buenas intenciones.

En efecto, "una buena in­tención puede conducir a una catástrofe, y la pureza de los móviles jamás ha bastado para impedir lo peor... la ética de la responsabilidad quie­re que respondamos no sólo de nuestras intenciones o de nuestros principios, sino tam­bién, en la medida que podamos, de las consecuencias de nuestros actos" (André Comte- sponville, O.c. pág. 40).

La falsa prudencia

El silencio de san José nos orienta a verlo como un hombre sesudo, reflexivo; ni dudoso ni pusilánime; absorto cier­tamente ante el misterio de Dios y de la vida con sus acontecimientos, pero pru­dente y decisivo, una vez que ha pesado los pro y los contra de las cosas. A este hombre nos lo describe el Eclesiástico con esta sentencia: "por su aspecto se descubre al hombre y por su semblante al prudente" (Eclesiástico 19, 29).

Hay actitudes que a menudo tienden a confundirse con el recto obrar. San Pablo menciona la tendencia de los bajos instintos (Romanos 8,7) que el Nuevo Diccionario de Teología Moral afirma que esta tendencia es la que lleva a satisfacer las ansias sensibles y sensuales, perseguidas como un valor en sí. Está también la astucia que para conseguir su fin sea bueno o malo, se sirve de caminos simulados fingidos y no verdaderos.

Como se puede constatar estas actitu­des se inspiran más en el cálculo, engaño y egoísmo. Sólo buscan el propio prove­cho y son una forma chata de aquella vir­tud que perfila el verdadero crecimiento espiritual de la persona: "la prudencia es prerrogativa de las personas rectas y ho­nestas que, fieles a su vocación humana y cristiana, conjugan en realidad el com­portamiento con la orientación de vida" (Nuevo Diccionario de Teología Moral. Paulinas, Madrid, 1992 pág. 1564).

La prudencia cristiana, por su parte, tiene en cuenta la sentencia de Jesús: "¿De qué le vale al hombre ganar todo el mundo si pierde su vida?" (Marcos 8, 36). El Padre Mariano Macías asegura que "el señor San José, especialmente en los grandes hechos de su vida, era guiado por una luz superior por lo cual, sin ne­cesidad de examen y razonamiento veía lo que era más perfecto y lo que debía hacer para agradar a Dios. En estos casos la máxima prudencia estaba en confor­marse fielmente a las mociones divinas; y el señor san José jamás opuso la más mínima resistencia" (San José, padre y maestro. Cedejom, México 1983, pág 69).

P. Eusebio M. Ramos m.j.
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Tomado de: El Propagador, Año CXXXVIII, N. 1, enero de 2009, pp. 2-7.

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